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Travesía Invernal del Báltico. Bautismo polar

29 Nov 10    Viajes Temáticos    Enrique González    Sin comentarios

Travesía en el mar Báltico

El pasado fin de semana se publicaba en El País un reportaje sobre uno de nuestros clásicos del invierno, la travesía con esquíes del Mar Báltico. Este viaje nos da la oportunidad de jugar a ser expedicionarios polares a tan solo 30 kilómetros de la costa. Nos movemos sobre el mar helado siguiendo las mismas pautas y procedimientos que si fuéramos al Polo. Un viaje al alcance de todos los que estén dispuestos a vivir una aventura invernal en un mar helado bajo la sombra de las auroras boreales

FINLANDIA. Al filo de lo posible

Travesía de Oulu a Kemi: El Ártico parecía un lugar al filo de lo imposible, pero ya no. He aquí una caminata sobre el páramo polar apta para casi todos los públicos

POR JAVIER JAYME

Ha soñado alguna vez con visitar los gélidos páramos polares? Si es así y todavía conserva esa ilusión, hoy está de suerte, porque ya puede convertir tal sueño en realidad. Y aún más: hacerlo en el contexto de unas simples vacaciones. El Ártico, efectivamente, se ha despojado del mito de inaccesible. Era -lo sigue siendo- un territorio solitario, salvaje y hostil, sólo al alcance de héroes como los que a comienzos del siglo XX lo exploraron. Hasta que los «tour operadores» hallaron la fórmula de abrir la leyenda a casi todos los públicos. Actualmente, para adentrarse en sus blancos horizontes ilimitados, basta con tener unas condiciones físicas regulares, espíritu de aventura y estar dispuesto a desplazarse de la manera más antigua que se conoce: caminando, lo que en el mundillo de las agencias especializadas, mediatizadas por los términos anglosajones, se llama realizar un trekking. El viaje nada tiene que ver con las hazañas de los pioneros, pero el esfuerzo y la pasión siguen presentes

A 100 km del Círculo Polar
La travesía invernal desde Oulu a Kemi por el golfo de Botnia, en las proximidades del
Círculo Polar Ártico (Kemi se sitúa apenas 100 kilómetros al sur de él), responde plenamente a estas expectativas y exigencias. Se trata de un itinerario de 80-90 kilómetros a cubrir en seis días sobre esquís -o raquetas, en su defecto- y tirando de un trineo (pulka) cuyo peso máximo no excede de caurenta kilos. Con la singularidad añadida de que norecibe con un anticipo del menú ártico que pronto paladearemos: 26º bajo cero. Quizá por eso el desayuno en un confortable hotel cercano a la estación de ferrocarril se nos antoja sibarítico, una óptima despedida de los placeres civilizados. A media mañana, tras distribuir nuestro material de expedición en las pulkas, nos desplazamos en vehículos hasta el bosque de Ojakila, a orillas del Báltico. Y tras unos centenares de metros esquiando por una pista forestal penetramos en la banquisa sin advertir la transición tierra-agua bajo nuestros pies.

Nuestra aventura acaba de comenzar.

Irrealidad sobre el hielo
El primer día deviene siempre en cierta anarquía. Tenemos que familiarizarnos con el equipo, con el ritmo de la marcha, con el montaje de las tiendas, el vivificante calor de las estufas, derretir hielo –única manera de obtener agua para beber, cocinar y lavar los platos- e ingerir la sopa caliente recostados sobre los sacos, aislados sui géneris del frío exterior y de la penumbra boreal por una tela tensada cimbreante a los cuatro vientos. Pero eso sí: el escenario que nos rodea rezuma un encanto inimitable caracterizado por notables dosis de irrealidad, sobre todo para quien lo contempla por primera vez. «Todavía no me creo que vayamos a dormir aquí», se pasma Raúl, uno de los expedicionarios, neófito en estas lides.

En los días siguientes todo se normaliza, ajustándose inevitablemente a los parámetros árticos. Nuestro itinerario previsto va enhebrando islas en un rosario sensiblemente paralelo a la línea de costa y a una distancia media de 15-20 kilómetros de ella.

Disponemos tan sólo de nueve horas de luz: una y media de alborada, seis de sol, una y media de claror crepuscular y de nuevo la oscuridad omnipresente y virginal. De modo que nos levantamos a las 7.30 y, tras desayunar y desmontar el campamento, nos ponemos en marcha hacia las 10.30 para sumergirnos de nuevo en un universo de fantasía, el de una planicie abierta a los cuatro puntos cardinales, nívea e ilimitada por la cual, a falta de contrastes cromáticos y otras referencias en el paisaje, nos movemos como si estuviéramos dentro de una inmensa cáscara de huevo, sin tener la sensación de que realmente avanzamos. En altos sucesivos reponemos energías a base de frutos secos, barritas energéticas, chocolate (a 20º-25º bajo cero, una piedra que hay que fundir en la boca) y té preservado de la congelación en termos. A las 17.00 volvemos a montar las tiendas. Y después, 5 ó 6 horas de tareas casi de supervivencia antes de coger de nuevo el sueño.

Superado el ecuador de nuestra travesía, jornada de descanso en la isla de Krasinletto, insignificante rodaja de tierra donde se alza la pequeña cabaña de madera de Arne, que ha venido a recibirnos en su moto de nieve desde Kemi, donde vive habitualmente.

Este finés extrovertido de humanidad recia y oronda se nos antoja un personaje singular donde los haya. Con los renos que caza y lo que pesca taladrando el hielo con un toq fabrica conservas que él mismo enlata. «Así me ahorro ir al supermercado»,

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