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Tras los pasos de los pioneros de la Patagonia. Más de 100 años de historia dentro del Parque Nacional Los Glaciares

8 Nov 10    Curiosidades viajeras    Patrícia Serra    Sin comentarios

Montañas nevadas en Patagonia

Un relato que está íntimamente ligado con la historia del Parque Nacional Los Glaciares. Santiago Peso, inmigrante yugoslavo, llega a la Argentina, a principios del siglo XX y  se instala en tierras fiscales ubicadas a orillas del brazo sur del Lago Argentino, dentro del actual Parque Nacional, poblando aproximadamente 20.000 hectáreas.

En 1924 en un viaje a Río Gallegos conoce a María Martinic, también yugoslava, con quien se casa en 1925. El matrimonio tiene 4 hijos, Adolfo quien fallece al año y medio, Radoslaba (apodada Nini), Ángela (apodada Bebe) y María (apodada Porota).

Como la mayoría de los pioneros que poblaron la Patagonia, don Santiago fue un hombre de gran amor y respeto por la tierra, un asiduo trabajador. Construyó tres puestos que siguen siendo utilizados en la actualidad, hizo 53.000 metros de alambrado para separar la inmensa patagonia en potreros y edificó el casco principal de la estancia La Jerónima, como figura aún en varios mapas. Un gran desafío para esa época encarar una construcción de semejante envergadura, teniendo que transportar todos los materiales a lomo de caballo y carros tirados por bueyes a través de una estepa infinita, vadeando ríos e internándose en la cordillera de los Andes.

Al fallecer, es su mujer quien toma la administración de la estancia a pesar de no hablar el español. En 1942 María Martinic compra todas las acciones de la empresa; quedando como única propietaria. En el año 1947 decide cambiar el nombre de la estancia: La Jerónima por Nibepo Aike. Aike significa lugar de en lengua tehuelche y Nibepo hace referencia a las dos primeras letras del sobrenombre de cada una de sus hijas: Nini, Bebe y Porota.

Una vez por año viajaban a Río Gallegos distante de 380 km para vender la producción de lana y reponer víveres para el resto del año. La aventura duraba unos 20 días. Una expedición conformada por una formación de carretas (chatas). Cada una tiradas por 18 animales entre caballos y mulas. Las chatas fueron el único medio de transporte de carga hasta mediados del siglo XX. Era una expedición compleja en la cual cada día podía traer sus sorpresas y sus riesgos. Tenían que sortear varios inconvenientes, roturas de ruedas y de ejes, animales cansados, intervenciones de indios en el camino.

Cada viaje requería una preparación especial por la lejanía y dificultad. Se preparaba con muchos meses de antelación. En la era del Internet, de los aviones y el asfalto es casi imposible ponerse en el lugar de estos pioneros que fueron parte de la historia de estas zonas remotas, a las cuales hoy es tan agradable visitar y disfrutar de su increíble naturaleza. En 1937 es declarado el Parque Nacional Los Glaciares, que más tarde, fue es declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, quedando las tierras de Nibepo Aike dentro de sus limites.

En 1953 Nini se casa con Juan Enrique Jansma, hijo de inmigrantes holandeses, nacido en la provincia de Mendoza. El joven matrimonio se afinca en la zona trabajando como segundo administrador en Estancia Anita próxima a la estancia de su suegra, perteneciente a la familia Menéndez Braun. Tuvieron cuatro hijos: Carlos, Sylvia, Adolfo y Gladys.

En 1976 fallece Doña María. Nini le compra la parte a sus hermanas. Su esposo, Juan Enrique Jansma, toma a cargo la administración de la propiedad. Un enamorado del lugar. Él fue quien abrió las tranqueras al turismo hace 30 años convirtiéndose en una de las estancias pioneras en recibir visitantes. Introdujo paulatinamente la actividad vacuna remplazando la majada de 6000 ovejas por vacas Hereford.

En la actualidad es su hijo Adolfo quien le da continuidad al proyecto, con la misma pasión y entusiasmo que tuvieron sus abuelos y sus padres. Una tierra de la cual la familia se enamoró y la hizo su lugar.

Un rincón del Parque Nacional los Glaciares desde donde además de tener una vivencia de una autentica estancia patagónica, ofrece la posibilidad de alojarse en la casa original del casco. Quien no tiene tiempo de pasar al menos dos o tres noches debería al menos ir por el día para saborear el exquisito cordero que allí preparan y poder ingresar al menos unas pocas, en la historia de este maravilloso lugar.



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