Ko Yao Noi significa, en tailandés, pequeña isla larga. Se encuentra en la Bahía de Phang Nha, frente a los impresionantes monolitos rocosos que se alzan, de forma vertiginosa, sobre el Mar de Andamán.
Poco después de llegar a Phuket, una vez que ya quedaron para siempre en nuestro recuerdo, Chiang Mai, Chiang Rai, Bangkok, el río Kwai y sus colores, sus olores, sus sabores, tomamos un barquito que, entre los enormes karts de roca que despuntaban sobre mar azul, nos llevó hasta las orillas de esta pequeña isla. Una inmensa pared de selva rodeaba una bellísima playa privada de arena muy fina y blanca. Colgadas en la pared selvática, las habitaciones del Six Senses Yao Noi.
Nos habían hablado de su desbordante lujo natural, de su integración en la selva, de la utilización de materiales locales y ecológicos con los que se construyó, de su sencilla apuesta estética. Pero todo eso había sido una simple y burda descripción de la realidad que nos encontramos: el hotel parecía un pequeño poblado enclavado en la selva, cada habitación disponía de su propia piscina orientada hacia la hermosísima bahía, en medio de una densa jungla. La privacidad era absoluta, estábamos solos en el paraíso.
Nuestro viaje por Thailandía, se convirtió en una experiencia deslumbrante, relajante, revitalizante, en la que el personal del Six Senses supo crearnos otros recorridos sensoriales con tratamientos de bienestar integral y cuidados del cuerpo, con productos naturales.
El mar, la playa, la selva, la bahía, la sonrisa de su gente, el aroma de sus platos, el clima, el mismo Six Senses, convirtieron nuestro viaje por Thailandia en uno de los momentos imposibles de olvidar y en el que cada día, cada momento, mentalmente repetíamos como un mantra: Sí, quiero…, sí quiero…, sí, quiero…
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