Uno de mis más saludables vicios es el de seleccionar meticulosamente la lectura para cada uno de mis viajes, con narrativa cuyos escenarios sucedan en los lugares por los que pienso pasar.
El pasado viernes se cumplían cien años del nacimiento de Marguerite Duras, la escritora francesa que en mi adolescencia me hizo imaginar los paisajes de Indochina con su libro “El amante”. Ella describía la escritura como “aullar sin ruido” y como “borrar huellas” al proceso de confesar. A ambas cosas dedicó su vida y con ambas me regaló otro de mis recurrentes sueños viajeros.
Nació el 4 de abril de 1914 en Gia Dinh (Saigón), antigua Indochina, hoy Vietnam. Muy cerca de allí, en un transbordador que cruzaba el Delta del Mekong, conocería 18 años después a Léo, el comerciante chino que acabaría siendo el protagonista de su famoso libro.
Durante mi luna de miel, justo hace una semana, deslizándome también por el inabarcable delta del río Mekong, releí los pasajes de este maravilloso libro y pensé que justo cien años antes nacía ella muy cerca de donde nos encontrábamos. Que justo hacía 82 años que ella conocía a Léo y daba comienzo a turbulentos momentos que nos dejaron una de las joyas de la literatura.
Mekong, Saigón, Hanoi, Hue, Hoian, la Bahía de Halong, evocadores topónimos que nos impulsaron a elegir este país para nuestro viaje de bodas. Lugares que deseábamos pisar al menos una vez en nuestras vidas y que sobrepasaron todas nuestras expectativas.
Así, la última noche de nuestro viaje, en la costa cercana a Saigón y sentados en una indescriptible mesa sobre la blanca arena que el primoroso personal del Hotel Anantara Mui Ne había preparado para nuestra cena de despedida, veíamos enrojecer la tarde sobre el Mar del Sur de la China y nos leíamos, en voz alta, pasajes de “El amante”, como si el texto de un juramento fuera, el juramento de regresar alguna vez más por estas tierras de Indochina.
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