Cuando pensábamos en aquellos lugares de la Tierra, aquellas construcciones humanas que más me han emocionado a viajeros de todo el mundo, saltaban ante nosotros imágenes de Machu Picchu, del Taj Mahal, de Bagan, pero sobre todas ellas, perdida entre las brumas de las selvas de Indochina, los templos de Angkor en Siem Reap, Camboya. Con ese lugar fantaseábamos absortos en una de esas tardes en las que buscábamos, entre decenas de publicaciones de viajes, lugares para nuestra Luna de Miel.
Angkor Wat, considerado como la mayor estructura religiosa jamás construida, ha sido mantenido desde hace siglos por monjes budistas. El resto del gigantesco complejo, como de un sueño, ha sido recuperado de la selva que siempre acecha amenazante. Los inmensos árboles aun cubren con sus raíces los antiguos muros de este sagrado recinto abandonado. Perderse entre ellos nos retrotrae a épocas de aventureros que ansiaban descubrir tesoros ocultos.
Después de recorrer durante unos días las bellas poblaciones de Vietnam, finalizamos nuestro viaje cruzando en avión la frontera que separa éste país de Camboya, donde se asienta Siem Reap. Bajamos la escalerilla del aparato y fuimos trasladados hasta nuestro hotel, un indescriptible alojamiento que sería la base de nuestro descubrimiento de los Templos de Angkor.
La Résidence d’Angkor, un íntimo hotel de Orient-Express, se sitúa a las orillas del boscoso río Siem Reap y fue construido en maderas naturales en estilo tradicional Khmer. Sus jardines se funden con las selvas colindantes, respetando el entorno y las sensaciones vividas entre los templos perdidos de Angkor.
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