En su vocación e interés por conocer las comunidades rurales de su país, Perú, Maribel ha viajado prácticamente por toda la geografía nacional. Ello le ha permitido acumular un bagaje como no hubiera podido ni imaginar cuando ya desde muy joven sintió esta especie de llamada a conocer de verdad su país.
Ha vivido infinidad de anécdotas y episodios. Muchos son serios y llenos de sentimiento y afectividad, otros son un poco amedrentadores al comprobar la dureza –por otra parte necesaria– de algunas costumbres de aquellos pueblos indígenas y también ha vivido situaciones llenas de alegría y buen humor. A lo que Maribel nunca ha acabado de acostumbrarse del todo es a la tradición de celebrar, bastante generalizada por las diversas comunidades, con bebidas, digamos, un tanto fuertes.
Una vez fue a visitar la comunidad de Ccamahuara, situada en alturas muy elevadas en el centro del Cusco. En aquella época –principios de los años noventa– no tenían ni carretera para llegar al pueblo, ni electricidad, ni cubiertas otras necesidades que nosotros valoraríamos como básicas. Así que había que llegar andando por caminos de pronunciadas subidas. Afortunadamente no tenían que llevar peso porque las mantas y lo necesario para pernoctar, lo subían a lomos unos burros de carga. Evidentemente, aquella pequeña urbe no poseía hotel ni casa de alojamiento turístico de ningún tipo, por lo que Maribel y sus compañeros de viaje debían procurarse lo necesario para la estancia. Normalmente los nativos facilitaban un sitio para pernoctar que a veces era la escuela del pueblo o el local comunal, lugar donde se efectuaban las reuniones y asambleas de la comunidad, y que no dejaba de ser una casa muy sencilla. Cuando llegaron a Ccmahuara, los burros y el equipaje aún no habían arribado y no supieron por qué –tal vez por tozudez asnal– tardaron mucho en llegar. No llevaban nada y estaban sedientos y hambrientos después de la larguísima caminata. Cuando les recibieron no había nada de comida y únicamente les ofrecieron “pisco” para calmar su sed. El pisco es una variedad de aguardiente de uvas muy usual por aquellos parajes. La verdad es que a Maribel le parece malísimo pero en aquel momento y pasado el acaloramiento después del esfuerzo de la ascensión, el frío andino empezaba a hacerse notar, así que un amigo le sugirió que bebieran un poco para calentarse algo, ya que sus mantas y ropas de abrigo seguían en poder de los asnos que habían decidido presentarse cuando les placiera, o no. Cierto fue que calentarla, el pisto lo consiguió bastante. Aquel día se celebraba una asamblea de la comunidad donde se trataba un caso muy serio, puesto que iban a decidir cómo responder al litigio que había estallado con otra comunidad a causa de la teórica usurpación de unas tierras. Decidieron pelear. Cada comunidad indígena peruana tiene su propia forma de gobierno y, por supuesto, toma decisiones para velar por los intereses de los suyos. Aunque en ocasiones –como la que se cita– diriman sus diferencias con el uso de la fuerza, en absoluto cabe calificarlos como salvajes. Ellos deben organizar su propia vida y defenderse de las agresiones como consideren. Así que Maribel y sus compañeros asistieron atónitos a la decisión e inmediata puesta en escena de la partida hacia la pequeña batalla de los hombres de la colectividad. Armados principalmente con hondas, salieron eufóricos de la asamblea, dispuestos a librar su pelea contra los enemigos. Saltaban, cantaban, proferían gritos y parecían absolutamente espiritados. Maribel presenció la escena con la boca abierta y le pareció estar viendo un grupo de hinchas furibundos de un equipo de fútbol, aunque desafortunadamente la ocasión no tenía un carácter tan lúdico. Porque el tema era mucho más serio. Regresaron triunfantes de la batalla con algunos heridos y magullados, pero felices de haber defendido con éxito su territorio. Hablaron de algún muerto en el bando enemigo y Maribel deseó fervientemente que no fuera cierto. No dejaba de apenarla haber conocido la presencia de la violencia en aquellas comunidades que ella amaba, sobre todo por su cultura y riqueza tradicional. Pero el mundo es así, hay que aceptar siempre cosas que uno desearía que no se produjeran.
LOS PUTUTOS AVISAN
También es cierto que cualquier grupo humano tiene que protegerse de eventuales agresiones y enemigos. Por ejemplo, era más que justificable que los campesinos se organizaran ante posibles incursiones de los temidos miembros de Sendero Luminoso. Importante al respecto de lo citado es el uso de los “pututos”. Los pututos son unos instrumentos de viento andinos, hechos de cuernos y caracolas y que producen un sonido de largo alcance. Son utilizados por los indígenas para transmitirse ciertos mensajes y muy especialmente para alertar a su gente de posibles peligros y de presencias extrañas no deseadas. La ley no escrita puede precisar que el aviso de los pututos acabe con capturas e incluso –en caso de constatar que es un mal enemigo– de linchamientos. Maribel recuerda que en un viaje, conociendo esto, un día, andando por tierras de una comunidad, escucharon intensamente los pututos. Se asustaron pensando que ellos eran el objeto del aviso y que tal vez pensaran que eran unos extraños no deseados en sus tierras. Afortunadamente no fue así, los pututos transmitían una especie de órdenes de trabajo. Como ya se ha dicho, los indígenas andinos no son violentos por naturaleza y son suficientemente inteligentes para comprender quien se acerca a ellos con buenas intenciones.
SI TE INVITAN, ACEPTA Y CORRESPONDE
En el mundo andino y en sus diferentes culturas es muy importante el concepto de reciprocidad. Si te invitan a algo debes aceptarlo o constituirá una ofensa. A cambio, tú puedes entregar otra cosa que no tiene por qué ser nada material, puesto que la amistad y la buena compañía ya se valora como una demostración perfecta de reciprocidad. Maribel, en aras de este principio, ha tenido que aceptar muchísimas comidas y bebidas, aunque es justo decir que casi siempre con agrado. Ha probado incontables muestras de la gastronomía de la zona, con mucha abundancia de patatas de todos los tamaños y texturas. La patata es originaria del Perú y allí se cultiva de muy varias formas. Normalmente los nativos comen de lo que cultivan en diferentes terrazas y desniveles del terreno. En ocasiones, lo único plano y nivelado que ha podido observar en una comunidad es la cancha de futbol, que no falta por lo visto en ningún rincón del mundo. Maribel ha disfrutado viendo el ardor que ponen jugando al futbol las mujeres andinas ataviadas con sus polleras de colores. Tal vez técnicamente no sean muy buenas, pero corazón le ponen al máximo. No suelen comer mucha carne, pero para agasajar a un visitante pueden ofrecer como algo especial la carne de cuy (el conejillo de indias) o en celebraciones muy importantes pueden llegar a cocinar un cabrito. Los animales andinos son domesticados y utilizados sobre todo como bestias de carga, principalmente las llamas y las alpacas. Estas últimas también pueden llegar a comerse pero con muy poca asiduidad, ya que su principal uso es el doméstico. También existen los guanacos y las vicuñas, aunque estos suelen vivir en estado salvaje y lamentablemente las vicuñas son ahora una especie en peligro de extinción. Las comunidades más ricas poseen tierras en diferentes zonas y, como ya se ha dicho, a diferentes niveles de altitud. Aparte de las patatas, se cultivan mucho las hortalizas, entre las que destacan lashabas y el maíz gigante del Perú. Lo que marca mucho la importancia de la riqueza son las relaciones familiares. Cuanta más familia tienes, más riqueza posees, puesto que la familia siempre intercambia sus bienes. El concepto opuesto, es decir, el de pobre es para quien no tiene relaciones familiares. Se considera “huatcho” (podría traducirse como huérfano) al pobre que no tiene familia. Algo muy importante en los Andes y sus comunidades son las hojas de coca. La coca es sagrada para los andinos y se utiliza también como ritual. Es legal en Perú y evidentemente que no tiene nada que ver con la cocaína, que es una droga elaborada con procedimientos químicos. Los andinos mastican las hojas de coca y extraen su jugo. Las propiedades que se sacan de ello son varias, como tener mayor fuerza, paliar el hambre y resistir bien la altura. Por lo dicho es lógico pensar acerca de que sea natural su importancia en aquellas latitudes.
CELEBRAR TINKANDO CON LA MADRE TIERRA
Entre todas las costumbres que Maribel ha vivido en sus viajes, siempre tiene presente cuando la han invitado a beber “chicha de jora” en actos de agasajo, amistad o convivencia. La chicha no deja de tener acusadas propiedades alcohólicas y se obtiene de la fermentación de la cebada o el maíz. El primer día que participó en el auténtico ritual que constituye beber chicha, cuando le pasaron el cuenco –todos beben del mismo recipiente– le indicaron que primero debía “tinkar”. Tinkar es efectuar una especie de brindis, ofreciendo también la bebida a la madre tierra y compartiéndola con ella. Para ello hay que tirar al suelo una pequeña cantidad del líquido y después beber. A Maribel no le gustan nada las bebidas alcohólicas en general, aunque la chicha ha acabado por no disgustarle del todo, tanto por acostumbrarse a su sabor como por lo que representa compartirla con los indígenas. Eso sí, para no pasarse y evitar perjuicios mayores –léase que se le suba a la cabeza por decirlo suavemente– ha aprendido a tinkar como nadie y siempre procura echar al suelo una dosis significativamente mayor de la que engulle su paladar. Incluso intenta tinkar cada vez que le llega el turno, mientras cuele. Un día le dijeron que solamente se tinkaba la primera vez. Ella respondió que lo hacía con agrado y devoción porque la madre tierra tenía más sed que ella. Maribel adora su país y todas las culturas indígenas que lo conforman. Seguirá viajando hacia allí y dándolo a conocer para compartirlo con tanta gente como pueda. Su orgullo es que cuando de pequeña fue consciente de que prácticamente sólo conocía Lima e ignoraba la auténtica realidad de su nación, ahora cree que lo ha recorrido casi todo. De hecho lo importante es practicar la reciprocidad, tan imprescindible para los andinos. Es como un viaje continuado hacia dentro de uno mismo. Esto es el viaje para ella. Un viaje al Perú más auténtico es una experiencia que marca. Y no olvidar siempre ofrecer a la madre tierra parte de lo que se pueda tomar. Especialmente si es chicha de jora. La madre tierra siempre tiene sed.
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) una apuesta de todos. Retos universales para garantizar un planeta más sostenible, diverso y justo. Conoce cómo en Tarannà aplicamos los ODS.