Me acerco a un impresionante cañón por un sendero forrado de un verde intenso, la lluvia fina y extremadamente fría me deja apenas respirar… las piedras negras y brillantes por la lluvia, son de una belleza impactante. El río, en caída libre más de cuarenta metros, forma una cortina de vapor de agua que, por acción del fuerte viento, parece que ascienda en lugar de caer… siento la fuerza de la Naturaleza en todo su esplendor.
A pesar de la lluvia persistente y del fuerte viento, me siento en una hermosa roca al borde de la catarata… respiro profundamente y dejo penetrar el aire frío en mis pulmones… una, dos, tres veces y sin darme cuenta la respiración se hace cada vez más lenta, tanto, que mi corazón se une al ritmo de las pulsiones del sonido límpido que se puede escuchar en la soledad de mi atalaya… no siento el frío ni la lluvia… el viento me atraviesa llevándose uno a uno mis pensamientos, hasta que no queda nada; sólo silencio, quietud… y es entonces cuando puedo percibir que es la belleza la que me aproxima a mi interior, a la profundidad del Ser…
No existe ahora el tiempo ni el espacio… el silencio, la soledad expectante… la penumbra, todos los sentimientos de la existencia se diluyen en una bruma intensa. Siento la Naturaleza en mi, formo parte de ella; soy agua, soy roca… soy viento, soy sonido… soy nada…
Una pausa que condensa todos los silencios…
El tiempo se vacía de golpe…
Y, entonces, una mano amiga me devuelve a la percepción de las horas, y debo despedirme de Dettifoss…
Me doy cuenta que la vida está hecha de pedazos… y que es la belleza la que ilumina el corazón de los hombres…
(Dettifoss. Parque Nacional de Jökulsárgljúfur. Islandia. Agosto 2007)
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