En un viaje a Cuba la fotografía adquiere todo el poder de su magia. Si a cualquiera de los innumerables seres humanos que nos han antecedido en este mundo antes del siglo XIX le hubieran dicho que con un aparato, pulsando un dispositivo, se obtendrían imágenes de lo que dicho aparato tuviera delante, sin duda que lo habrían calificado como auténtica magia.
La historia de la fotografía abarca diversas etapas, aunque existe consenso en adjudicar el invento de la misma al químico, litógrafo y científico aficionado francés Joseph Nicéphore Niépce, quien en 1816 consiguió fijar por primera vez una imagen, mediante un método que él denominó heliografía. Louis Daguerre perfeccionó el método y lo hizo público en 1839, pero se tiene constancia que ya en 1521 un alumno de Leonardo da Vinci llamado Cesare Cesaria realizó una primera publicación sobre la cámara oscura, experimentando con sales de plata. Baste esta pequeña introducción para rendir homenaje a hombres que empezaron a hacer posible lo que no deja de ser un descubrimiento mágico que hoy en día nos acompaña a todas partes y nos permite plasmar en cualquier instante una imagen de lo que deseamos guardar como recuerdo. Fernando ha sido protagonista de dos sucesos, separados en el tiempo, pero en un mismo lugar, que hacen pensar que la fotografía sigue siendo algo mágico y especial; tal vez más de lo que podamos pensar en esta época donde la técnica lo hace posible casi todo en cuanto a la grabación, conservación y manipulación de imágenes.
Como profesional del mundo del viaje y turismo, entre muchos otros lugares, ha estado varias veces en Cuba, el maravilloso país insular centroamericano peculiarmente marcado por el régimen político que lo dirige. Coincidió, hace aproximadamente una década, que Fernando se hallaba de viaje en La Habana el día primero de mayo, cuando se celebra la gran fiesta conmemorativa de la revolución cubana que instauró en el poder en 1959 a Fidel Castro. Es la gran fiesta nacional de Cuba y para celebrarla se reúne una ingente cantidad de ciudadanos en la Plaza de la Revolución, una de las plazas más grandes del mundo entero que ocupa una extensión de setenta y dos mil metros cuadrados; así que como puede deducirse, cabe un impresionante montón de gente. Los ciudadanos, en filas de aproximadamente un centenar de personas por línea, desfilan y rinden honores a sus dirigentes pasando por delante del estrado que se habilita y donde se ubican el presidente y los más altos cargos del Partido Comunista. Fernando, con su cámara fotográfica preparada para captar imágenes del acontecimiento, se dirigió desde muy temprano a la enorme plaza, con el fin de integrarse en el ambiente, convivir con el pueblo cubano en dicha fecha y conocer sus sentimientos. Habló con diversas personas: un poco de política, un poco de historia, un poco de temas más banales, con el fin de obtener las impresiones de los individuos que con mayor o menor prudencia establecieron conversación con él. Así, por ejemplo, entre otras cosas, supo que de los cientos de miles de personas que asistían al acto, posiblemente muchos de ellos lo hacían más por obligación que por devoción, dado que los llamados comités de barrio –cédulas del propio Partido Comunista– organizaban los grupos de asistencia. Si alguien no iba, era más que probable que dichos comités –denominados por algunos como “chivatos”– notificaran la ausencia, con lo que siempre podía esperarse alguna secuela poco agradable para el desertor del acto.
UNA FOTOGRAFÍA INESPERADA
Hablando con un agradable interlocutor, Fernando le comentó si podría efectuar fotos integrándose en el desfile. Aquel hombre lo desaconsejó tajantemente, en primer lugar porque la policía, presente por doquier, si lo veía, lo sacarían de en medio y lo podrían machacar literalmente; y en segundo lugar le manifestó que difícilmente podría llegar a pasar por delante del estrado de autoridades con tan ingente muchedumbre concentrada. Lo cierto era que empezaron a sonar los himnos militares y la gente se iba colocando en las lentas filas que acababan pasando delante de sus líderes políticos. Fernando se fue ubicando e integrando, casi más por inercia que por propia voluntad, en aquel amasijo de seres humanos. Fue avanzando en diagonal, cruzando con el río humano la monumental plaza y acercándose paulatinamente a la tarima presidencial. Él es precavido por naturaleza y por la experiencia de su oficio en mil y una situaciones, pero conforme se iba acercando al estrado, no pudo evitar valorar que aquella era una oportunidad única para tener una foto muy especial del instante. Así que muy cerca ya de la meta creyó que, entre tanta gente, era su momento y sin pensarlo más sacó su cámara y su teleobjetivo, justo delante de la presidencia. Entonces disparó la cámara, consiguiendo auténticos primeros planos del líder Fidel Castro y los restantes dirigentes. Pero al instante y sin saber de dónde habían surgido, se le acercaron dos policías y lo agarraron por el brazo. “Ya la he pifiado” –pensó Fernando, esperando su detención y que la máquina desapareciera de sus manos–. Pero se llevó una sorpresa increíble. Uno de los policías le dijo: “Compañero, nosotros te protegemos”. Anonadado, les dio las gracias, a lo que los policías respondieron que estaban para servirle a él y a la patria. Nunca ha sabido el porqué de aquella extraña situación. Quizás los agentes pensaron que era un periodista extranjero acreditado y que las fotografías que sacaba eran en propaganda y beneficio del régimen. La verdad es que nunca lo ha comprendido del todo. El hecho fue que cuando pudo ver el resultado, se encontró con un primer plano del líder cubano señalándole con el dedo. Con el tiempo, recuerda la imagen y el momento y piensa divertido que el presidente cubano parecía estar diciéndole: “¡Coño, me has pillado!” Un acontecimiento que Fernando siempre recuerda con cariño, buen humor y agradeciendo la suerte que tuvo porque el episodio pudo haber tenido un final distinto. Algo mágico tuvo realizar aquella instantánea.
EL ENTRAÑABLE LIBRERO
En otra ocasión, pasado un tiempo, Fernando volvía a viajar a Cuba en el desempeño de otra actividad turística profesional, cuando le sucedió otro hecho que inopinadamente también se relacionó con la fotografía. Aunque él no vincula para nada las dos situaciones, no puede obviarse que tal vez exista una extraña e increíble conexión entre ellas. En esta oportunidad, se hallaba en la Plaza de Armas, la más antigua de La Habana y posiblemente una de las más bonitas del mundo. Allí se yerguen monumentos preciosos como el Palacio de los Capitanes Generales, bello ejemplo de la arquitectura barroca latinoamericana, además de otras construcciones magníficas como el Castillo de la Real Fuerza, el Templete y el Hotel Santa Isabel. Estaba paseando, mochila al hombro y acompañado por su fiel cámara fotográfica, mientras admiraba un mercadillo de libros. De vez en cuando se daba la autorización a particulares para que sacaran sus libros usados de casa y montaran su tenderete en la mencionada plaza, con la finalidad de intentar vender algún ejemplar y obtener un pequeño ingreso extra del que tan necesitados están la mayoría de los cubanos. Entonces, un señor que trataba de vender sus libros lo vio y le llamó, instándole a que se acercara. Como tanto insistía Fernando accedió, haciéndole saber que no iba a comprar ningún libro porque este no era el objeto de su presencia allí y porque tampoco llevaba dinero para ello. Aquel hombre le dijo que no quería venderle ningún libro sino regalárselo. Ante la extrañeza de Fernando, aquel señor le ordenó a un joven que localizara un ejemplar determinado. El chico empezó a mirar y vaciar cajas en busca del libro solicitado mientras Fernando intentaba evitar molestias, agradeciendo el detalle a aquel hombre e insistiendo en que no había necesidad, etc. Finalmente el joven encontró el libro y el hombre obsequió cortésmente el ejemplar a nuestro hombre, dándole las instrucciones de que lo metiera en su mochila y no lo leyera hasta que llegara a su hotel. Incluso le dijo que lo abriera por una página determinada y entonces leyera el contenido concreto de aquel pasaje del libro. Agradecido y extrañado ante aquella muestra de afabilidad de una persona a quien no conocía de nada, retornó al hotel.
LA MAGIA TOMÓ FORMA
Cuando llegó a su habitación cogió el tomo, lo abrió por la página que le había indicado el hombre y se encontró con una preciosa historia de un fotógrafo en Nueva York que hablaba del concepto del arte aplicado a la fotografía. Se trataba del “El libro de los abrazos” de Eduardo Galeano. Tiempo después, una amiga chilena explicó a Fernando que este libro no se compra sino que siempre se regala. Nunca ha sabido por qué aquel encantador señor cubano le hizo objeto de aquel presente. Sí que ha reflexionado acerca del carácter general de los cubanos, gente encantadora, siempre con una sonrisa en los labios y que –como suele suceder igualmente en otros lugares del mundo donde la gente necesita más de lo que tiene– te da lo que puede pese a su necesidad de muchas cosas. Un episodio tan bonito y sorprendente que Fernando jamás olvidará. Lo verdaderamente curioso es que la narración del libro a donde le dirigió directamente el obsequiante trataba de la esencia de lo que es una imagen captada fotográficamente. Dos ocasiones diferentes en un mismo país y dos revelaciones sorprendentes, en distintas maneras, de lo que representa una fotografía. Fernando jamás lo ha relacionado, pero… ¿no creéis que ahí existió magia? La magia de la fotografía sin duda se manifiesta si tenéis la suerte de disfrutar de un viaje a Cuba.
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) una apuesta de todos. Retos universales para garantizar un planeta más sostenible, diverso y justo. Conoce cómo en Tarannà aplicamos los ODS.