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Blog de viajes

Costa Rica. Pura naturaleza, pura vida

24 Feb 10    Cuadernos de viajes    Ferran    Sin comentarios

Rana verde de ojos rojos en Costa Rica

Costa Rica enamora, coquetea con su verde, su aroma a orquídeas, amapolas, papaya, mango y las miles de especies animales que conforman su paraje natural. Nos envuelve, nos aloca. Costa Rica y el ejército no van de la mano, prefiere la paz para albergar a sus hijos mestizos, indígenas, negros, blancos, chinos y, cómo no, a viajeros que llegan a cada uno de sus rincones.
Costa Rica es como un primer amor. La conoces y pasa a ser un lugar del corazón que siempre queda, se recuerda y se añora. Con estas palabras la poeta Costarricense Adriana Aguilar me introdujo en su maravilloso país y dentro de este país hay un lugar especial para mi es Cahuita” .

He llegado a Cahuita, pies descalzos, camino pausado y movimiento de cabeza al ritmo del mar, de la brisa con palmeras. Aquí comienza la aventura en un pueblo que puede ofrecer mas tesoros e historias de las que se aprecian a primera impresión. Recorro calles de piedra caliente por el sol buscando un refugio para los próximos días hay variedad de lugares y precios para escoger.

Costa Rica es como un primer amor. Experimentas maravillado el amanecer en su Caribe y si te apetece la locura, la recorres en un mismo día y llegas, al atardecer, a su Pacífico. Costa Rica está dispuesta a ser explorada. Disfruta cuando se siente observada y se manifiesta rebosante de alegría con la erupción de alguno de sus volcanes o una catarata envuelta en sonrisas.

Encuentro un lugar que tiene por vecino al mar a lo lejos y los perezosos e iguanas a los lados, son unas villas exóticas que se contrastan dentro de un paisaje de selva y se llaman Siatami.

Llego a la entrada del Parque Nacional Cahuita el cual no cuenta con una tarifa regular sino que sobrevive, en gran parte, de la contribución voluntaria de cada visitante, modalidad que lo distingue del resto de Parques Nacionales en Costa Rica. Sigo mi rumbo y llego a playa Blanca, la cual se ubica dentro del parque y se extiende 7 kilómetros a lo largo de la costa hasta llegar a Puerto Vargas, un antiguo muelle petrolero del año 1921. En Puerto Vargas hay zonas para acampar y tener un contacto más cercano con la naturaleza, ofrece servicios de baño, ranchos y sanitarios. Además existe la oportunidad de observar durante los meses de julio a octubre ,el desove de tortugas como la baula o la carey, esta última en peligro de extinción.

Observo la muñeca de mi brazo y no encuentro el reloj. Un rasta despistado se dirige hacia mi y con un sonoro ¡bumbatá! Me da la bienvenida al pueblo. Le pregunto la hora, vuelve a ver al cielo y me explica: – Como las cinco y media .  Pero, despreocúpese del tiempo que la agobia en la ciudad y póngase a gozar. Las horas son caprichosas, a veces pasan muy rápido y cuando usted se da cuenta ya va de vuelta pa´ la casa, así que disfrute- Sonríe otra vez y se marcha.

Hay dos formas de recorrer el Parque Nacional Cahuita, por la playa o el sendero. Escojo la segunda opción y me voy por un camino con olor a selva y con sonido de ranas, loras, congos y monos cariblancos.A lo lejos observo dos mapaches que se confunden entre los arboles de laurel, indio desnudo y caobilla. Camino con un poco más de cuidado para no obstruir la labor de miles de hormigas arrieras que van hacia un árbol adornado por una hermosa tela de araña con su gran tejedora llamada nephila, me provoca escalofrío.

Me salgo del sendero y camino por la playa descubriendo pequeños sectores o playitas privadas escondidas entre densas copas de almendros. Me extiendo sobre la suave cama de arena y observo un cielo inmenso completamente azul .Un sueño de coral y olas me invade y reflexiono, todo lo que está alrededor es real y no es producto de mis constantes viajes imaginativos al paraíso, tan solo a 216 kilómetros de San José encuentro un lugar de ensueño.

El hambre y la sed me impulsan a regresar al pueblo, me levanto y sacudo un poco la fina arena que se ha quedado en los pliegues de la ropa y vuelvo a caminar. Atrás dejo la punta Cahuita, el mayor accidente geográfico del Caribe costarricense. El cielo se oscurece y se llena de pinceladas rojizas, anuncio de que ya llega la noche.

Entre distintas ofertas de los restaurantes: comida francesa, criolla, española, china me inclino hacia un llamativo lugar frente a la calle principal de Cahuita,  Comida liviana, natural y a la parrilla. Un olor a especias me lleva a sentarme en una barra con gente de todos colores y nacionalidades. Parece un punto de encuentro en el que se puede intercambiar experiencias.

Un hombre simpático y con ojos de niño me explica el menú y la especialidad de la noche: cebiche de tiburón. Huele a papaya, mango, piña, banano. Hay frutas que no reconozco y el hombre me dice sus nombres y las propiedades que poseen. Me explica: esta fruta se llama así y sirve para…- Hasta llegar a algo con un aspecto extraño que había observado en los árboles que están en la orilla del mar. – Se llama nonis y a veces yo les obsequio un trago a los clientes que han pasado por mucha fiesta y se ven cansados. Unos dicen que cura sesenta y dos enfermedades otros treinta y ocho, una gringa se curó de cáncer… y hace muchos años, nuestros abuelos consideraban al nonis como un veneno ¿ Quiere probar?- me pregunta. Hago un dudoso movimiento afirmativo con mi cabeza y me da medio vaso. El olor es muy fuerte y el sabor no lo es tanto. En Cahuita se pueden realizar tours sobre plantas medicinales y quién sabe si se encuentra la cura de algún padecimiento al mismo tiempo que se disfruta de unas vacaciones inolvidables. Termino de comer un plato realmente exquisito y pido otro mixto de frutas. Observo a la gente que se mueve, unos más tímidos que otros, al ritmo de reggae, socca o calipso. En ocasiones se escucha en vivo un grupo de cahuiteños llamado Ashanti, que con maracas, quijongo, guitarras y tumbas deleitan al oído y evocan sentimientos de sus raíces caribeñas.

Se sienta a mi lado un hombre negro entrado en años con mirada de gente buena, al que le llamaré mister G. Empezamos una conversación fácil, fluida, como de viejos amigos. Parece que el oficio de cuentacuentos fuera su misión en el pueblo y comienzo a preguntarle sobre el origen de Cahuita y su evolución. Se reacomoda y toma un sorbo de su té de menta a la vez que mueve el pie al ritmo de la música. Con hablar pausado y mezclando el acento inglés en palabras castellanas comienza a relatarme algunas historias vividas por él mismo y otras con un matiz mitológico. El nombre de Cahuita proviene de “cawi”, designación miskita del árbol típico de la región conocido en español como “sanguillo”. A la palabra “cawi” le unieron la terminación “ita” por cariño. Hace 101 años se empezó a poblar la zona con personas provenientes de Nicaragua, Bocas del Toro, territorio que en el pasado pertenecía a Costa Rica y por supuesto, de Jamaica. Llegaron en lancha y en una de ellas, míster William Smith, primer afro caribeño de la zona. Algunos venían en barcos europeos o de piratas, cargados en plata y joyas. Algunos barcos de hierro se hundieron y se cree que guardan celosamente tesoros en las profundidades del mar.

Los primeros inmigrantes se vieron motivados a poblar Cahuita por la matanza de tortugas para vender la carne y sus huevos. Habitaban miles de tortugas en aquel tiempo y ahora solo algunas desovan en la playa de Puerto Vargas por las tardes. Otra forma de vida de los inmigrantes se basó en el cultivo de yuca, ñame, ñampí , arroz, frijoles y cocos , productos que intercambiaban entre ellos . Tiempo después, llegaron las compañías bananeras y los agricultores comenzaron con el cultivo de cacao. Fue una época muy productiva hasta que una enfermedad llamada molina atacó al cacao y se detuvo la cosecha. Míster G baja el tono de la voz y me dice un poco misterioso: – Es culpa de las compañías grandes, ellos trajeron la enfermedad para quebrar a los pequeñitos y convertirlos en sus empleados a la vez que compraban sus tierras a bajo costo- El viaje de Cahuita a Limón por muchos años fue toda una proeza para los cahuiteños. Actualmente se demoran escasos cuarenta y cinco minutos, antes de cinco a siete horas que dependía de las vacas, caballos o burros para llegar a Penshurt y de ahí tomar una balsa por el río la Estrella y después el tren hasta Limón.

Seguimos tomando, seguimos hablando y el ambiente se torna más cálido, se reúnen más blancos con la piel bronceada a la fuerza y otros negros por ahí se ríen copiosamente de alguna broma hecha por el mismo rasta que me encontré horas antes por la playa. Pago la cuenta y me dirijo a Siatami .

A la mañana siguiente estoy flotando en una de las 600 hectáreas de arrecifes de coral, una piscina natural en la que solo puedo escuchar los latidos de mi corazón en los oídos. Debajo de mi se desplazan de un lugar a otro, comunidades de peces multicolores, una langosta juguetea con las algas y descubro figuras esponjosas en el fondo. Todo es tan pacífico, tan armonioso. Saco mi cabeza a la superficie y observo a lo lejos un imponente bosque tropical.

Esta noche continúo mi conversación sin terminar con míster G.  Ahora hablamos de costumbres y me cuenta que durante su existencia en el pueblo se conservan algunas tradiciones, sobretodo en el aspecto culinario: la leche de coco, ingrediente principal en los platos típicos como rice and beans y rondon. El hospital ha sustituido el uso de remedios caseros para curar los males. Años atrás sin médico eran los mismos pobladores los encargados, con la ayuda de hierbas de sanar enfermos, atender partos y otras tareas.

Ya llegó la noche, es día de fiesta en el pueblo, la gente se ve animada a bailar y por qué no acompañarlos, voy a unirme a los cahuiteños y seguir el ritmo de Bob Marley, para después descansar con el arrullo de las olas y el olor a sal de caribe.

Si me falta algo por explicar acerca de Cahuita os invito a que lo descubras con  la magia que encierra este rincón del planeta. No te puedes arrepentir y descubrirás entre plantas medicinales, animales y comidas, más tesoros por disfrutar. Se parte del elenco en este gran teatro de la jungla y no dudes en visitar. No te quedes sentadito esperando que yo te cuente más, ¡vente al Caribe, a Cahuita!



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