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Blog de viajes

CAMERÚN. REPÚBLICA CENTROAFRICANA. POR PILAR BLASCO

18 May 11    Cuadernos de viajes    Xavier Gil    Sin comentarios

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Una mañana de octubre de 2010, recibí un correo de mi amigo y compañero de expediciones a África, que decía así: Pilar, tengo mono de África, prepara un viaje. Bueno, como no hace falta que me lo digan dos veces, me puse a pensar… habíamos comentado varias veces que nos gustaría conocer el oeste africano; países como Gabón, Camerún… los gorilas de llanura, etc.

Finalmente centramos nuestra atención en Camerún y República Centroafricana bajo los consejos de Joan Riera, profundo conocedor de esas tierras, que nos preparó un interesante programa muy diferente del África que nosotros conocíamos. Una inmersión en el Abismo Verde, en la África profunda y todavía sin contaminar.

En la guía de Camerún escrita por Joan, se hacía referencia varias veces al libro de Joseph Conrad, “El corazón de las tienieblas” y como hacía años que no lo leía, me decidí a hacerlo de nuevo. Es curioso, pero cada nueva lectura, aporta una sensación nueva y esta vez, la emoción era intensa. ¿Compartiría las mismas impresiones que Marlow en su travesía por el río Congo en busca de Kurtz?. Yo no navegaría por el río Congo, pero lo haría por el Sangha, afluente del anterior, así que la expectativa era impresionante.

Finalmente llegó el día de partir, que emoción!!!!!!!. Llegamos a Yaoundé vía Barcelona, Zurich, Douala y antes de retirarnos a descansar, nuestro guía Willy y su mujer Claudine, nos llevaron a un lugar donde la gente local suele ir a escuchar música étnica genuina. Realmente sorprende el ritmo que tienen. Fue muy agradable y nos permitió adentrarnos en ese mundo mágico de los sonidos africanos.

Al día siguiente debíamos comprar agua y algunas provisiones para emprender la ruta hacia la Reserva de Dja. Previamente nos dirigimos a la Embajada Española en Yaoundé… queríamos cerciorarnos de que no habían problemas en la frontera con República Centroafricana y en su territorio., pero ahhhh, sorpresa!!! la Vicecónsul que nos recibió, desaconsejó tajantemente viajar a RCA por serios incidentes que se habían producido hacía pocas semanas en la frontera. No nos quiso decir en que parte de la frontera ni que tipo de incidentes habían ocurrido, así que salimos de allí, algunos muertos de risa y otros bastante preocupados por los comentarios recibidos. De todas maneras confiábamos en nuestros guías y decidimos seguir con nuestro plan de viaje.

Saliendo de Yauondé había un tramo de carretera asfaltada hasta Ayos, pero enseguida se convirtió en una pista de color roja, con bastante movimiento de gente en los laterales de la carretera.

Llegamos a Somalomo, pueblo bantú y punto de entrada a la Reserva de Dja, donde nos alojamos en las dependencias de Mama Rose. Toda una experiencia!!. Este albergue disponía de “habitaciones” con una cama grande, mosquitera y un banco de madera para dejar las pertenencias. Sólo había un WC que habían instalado nuestros guías el año anterior en una cabaña. Era una cabaña bastante grande que hacía las veces también de “ducha”… habían unos cubos llenos de agua que servían tanto para echar en el WC como para el aseo personal.

Este gran baño sólo lo utilizábamos los visitantes de Mama Rose, pues los niños de todas las edades que vivían bajo la protección de esta gran mujer tenían su propia forma de ventilar sus necesidades fisiológicas. Habían muchos niños y no tan niños; todos querían vernos, saludarnos. Éramos una novedad en sus vidas y para nosotros un privilegio poder conocer su modo de vida y sus expectativas de un modo tan natural y tranquilo.

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Después de descansar, francamente bien, desayunamos y naturalmente se congregó casi todo el poblado a nuestro alrededor. Habíamos llevado algunos regalos y como había muchísimos niños se procedió a un sorteo que vivieron con gran emoción y entusiasmo.

Salimos andando con nuestras pertenencias necesarias para dos días hacia la Reserva de Dja. Caminamos por unos parajes preciosos conociendo el árbol  del cacao, la planta de la mandioca, el árbol Lophira alata, tan común en Camerún y otras plantas interesantes.

De pronto se presentó ante nosotros el río Dja; suave, tranquilo y silencioso. Me encantó!! Subimos a una barca de madera que nuestros guías habían traído expresamente desde la costa de Camerún (todo un reto, tendiendo en cuenta las distancias y las carreteras) e iniciamos el recorrido en silencio, observando la increíble belleza del momento. No había nadie más y sorprendentemente no se veía ni oía a ningún animal. Debían estar todos ahí, pero la magia del lugar hacia que fuera etéreos a nuestros ojos. Una experiencia maravillosa!!

Desembarcamos e iniciamos el recorrido a pie a través de la selva impenetrable; nos enseñaron a beber “agua” de una liana recién cortada y a no pisar hormigueros de insectos gigantes.

Tres cuartos de hora después, empezamos a oír una peculiar melodía, no se veía a nadie, pero los sonidos llegaban nítidos hasta nosotros… el pueblo pigmeo Baka nos esperaba. Gran acontecimiento para ellos y un privilegio para nosotros. Nos recibieron con tranquilidad y una gran sonrisa.

La estancia entre ellos fue realmente gratificante; son gente muy afable que viven en estrecho contacto con la naturaleza de la que viven. De ella consiguen las plantas medicinales que precisan y los alimentos necesarios para subsistir. Ba-aka significa “pueblo que anda”; me pareció poético…

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Son muy pocos los que quedan viviendo en esas condiciones de aislamiento del mundo exterior. El gobierno fuerza a muchos de ellos a salir del bosque y adaptarse a la “civilización”. Es un verdadero dilema… conviene preservar esos modos de vida ancestrales o se les debe obligar a integrarse en la sociedad. No sabría que responder…

Instalamos nuestras tiendas de plástico “Quechua” al lado de sus choza de hojas llamadas “Mongulu”; es impresionante ver como las construyen, y lo más curioso es que hacen el fuego dentro, por lo que hay un aire casi irrespirable para nosotros… yo entré en una para ver como era, y la verdad es que da un poco de claustrofobia, pero supongo que el fuego es para ahuyentar los mosquitos y todo tipo de bichos que se habitan entre la maraña de hojas superpuestas.

Nuestros igloos eran mas asépticos, pero entre el desnivel del terreno y las múltiples raíces y piedras del suelo, la verdad es que echamos de menos una buena capa de hojas frescas!!!!.

A instancias de nuestro amigo Joan, llevamos una grabación de música antigua Baka grabada por un etnomusicólogo. Fue algo complicado, pero pudimos ofrecerles la posibilidad de escuchar esa música que era la suya… resultó espectacular la reacción de todos ellos; se congregaron alrededor del “aparato”… en un principio muy asombrados y expectantes, pero poco a poco, empezaron a bailar y tatarear esa música que bien conocían a través de generaciones. No podían parar de escuchar y bailar… les entusiasmó la novedad!!!.

Nosotros salimos de expedición con dos de los cazadores del poblado, quienes nos enseñaron los diferentes remedios que usan para curar sus enfermedades, a base de plantas y sobre todo raíces y troncos de árboles… había uno para cada problema. También nos enseñaron como ponen las trampas para cazar algún animal con el que alimentarse. De pronto, se pararon a inspeccionar un viejo tronco de árbol caído… sabían que podía haber algún animal escondido y ellos podían conseguirlo y llevarlo al campamento. Estuvieron un buen rato maniobrando a lo largo del tronco para finalmente dar con una gran tortuga!!! Todos nosotros exclamamos un sonado ohhhhhhhhh!!!; nos daba pena la tortuga, pero el guía nos hizo ver que no debíamos mostrar pena por el animal cazado, ya que era el alimento básico para sus familias… tenía razón, claro!!!

Cuando regresamos al campamento, todavía sonaba la música y continuaban bailando alegremente. Cuando vieron el trofeo de sus cazadores, les obsequiaron con una gran sonrisa y una bienvenida a base de saludarles con haces de hojas agitándolas en torno a ellos. Fue emocionante!!.

Les preguntamos que era lo que más temían y ellos respondieron por este orden: la muerte, los animales salvajes, (el elefante y el leopardo) y por último a la mujer. Nos sorprendió esta respuesta y no acabábamos de entender a que se referían. Resulta que la mujer es una “posesión” muy preciada y que si en un momento es infiel, ya sea culpa suya o no, el marido debe matar al que ha ultrajado el sagrado vínculo. Nos pareció entender que a la mujer no le pasaba nada…

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Después de la frugal cena, empezaron de nuevo a cantar y bailar, parecía que no se cansaban nunca. Sobretodo bailaban sin parar las mujeres y los niños. Su música es muy particular y está basada en la polifonía; sus gargantas son sus instrumentos. Sólo pudimos observar un tambor alargado que golpeaban unos jóvenes y lograban un ritmo impresionante. Al rato, unos niños, les acercaron unos leños ardiendo tipo brasa, supongo que para calentar la piel sobre la que tocaban y extraer nuevos sonidos. Fue realmente fantástico y todos disfrutamos mucho.

Una puerta abierta, una sensación, un deseo, un sueño, una ilusión; eso despertaba en mi esos momentos… sentía el silencio como un manto nocturno que se volvía más profundo en esta selva, mientras escuchaba el rumor de las hojas, acariciada por ese nuevo mar de experiencias.

Esos momentos vividos de puntillas rodeada de luz, de blanca tranquilidad y serena armonía se elevaban a lo más alto y luego se rompían dejando un rastro de tristeza. ¿quién recogería los pedazos rotos?… nadie, porque nadie puede recomponer un instante, nadie puede comprender el sentido del momento, nadie puede compartir un sueño…

Así que cerré los ojos en mi cabaña y la luz que habitaba en la mente sin tiempo dibujó un camino por el oasis de sombras hasta alcanzar el reino de la imaginación. Ahhh!! esa sensación de participar en la totalidad de la vida, concentrada en un mínimo segmento de tiempo…

Amaneció sin más y la actividad en el campamento fue inmediata; no podía sacudirme la sensación de irrealidad, ¿estaba realmente en un campamento de pigmeos en medio de la selva más profunda y remota?

Frente a su realidad, la mía… me acordé de unas frases:

“Porque somos diferentes, somos únicos.

Porque somos diferentes, somos complementarios.

Porque somos diferentes podemos encontrarnos.” (S. Sinay)

Vivía desde dentro esos instantes, momentos robados al vacío infinito más allá de lo profundo del espacio y lo oscuro del tiempo. Momentos que dejaban lágrimas blancas y un corazón oprimido, momentos que terminaban en un sueño imposible; retener el instante, grabarlo en el corazón y poderlo vivir de nuevo… eso deseaba.

Llegó la hora de la despedida; saludamos al jefe y a cuantos se acercaron a nosotros. Unos niños no podía dejar de llorar… su tristeza era serena y sus lágrimas resbalaban por sus caras lentamente, no gesticulaban ni hablaban, sólo dejaban ver su pena por nuestra marcha. Todo el poblado empezó a cantar para desearnos buena suerte y buena travesía.

A todos nos hubiera gustado poder compartir más tiempo con ellos. Tenemos mucho que aprender de quienes la sociedad considera arcaicos y primitivos.

“Nací con las manos vacías, moriré con las manos vacías. He visto la vida en su máxima expresión… con las manos vacías” (M. Morgan)

Desde Somalomo emprendimos “la gran ruta” que nos debía llevar a la frontera con República Centroafricana. Primer objetivo era llegar a dormir a Lomié… nos detuvimos en varias ocasiones a estirar las piernas y visitar alguna escuela. Fue fantástico ver a tantos niños contentos en las escuelas. Los había de todas las edades y sus medios  muy precarios, pero se les veía felices y alimentados.

El hotel Raffia de Lomié nos pareció de lujo; tenía habitaciones con baño!!!, con unos cuantos bichos, pero con WC y ducha!!!. Descansamos muy bien y después de un desayuno a base de té y pan, continuamos nuestro camino.

Llegamos a Yokadouma, ciudad maderera y típicamente africana, esto es: desorden bullicio, alboroto, suciedad y caos. Un paseo por la población mientras los conductores repostaban gasolina y hacían algún tipo de reparación en uno de los vehículos.

Resultaba impresionante el tema del transporte de madera. Inmensos camiones cargados con varios troncos de un metro de diámetro y mas de quince metros de largo, circulando a toda velocidad por esas pistas de tierra roja. Cuando se veía la polvareda que levantaban, nuestros vehículos se apartaban en la cuneta para no ser arrollados por esos “monstruos”, que no disminuían la velocidad por nada. No es extraño pues que viéramos varios camiones accidentados y con la carga desparramada por el suelo. Daba verdadero pánico cuando nos cruzábamos con alguno de ellos!!!

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Se hacía tarde y debíamos buscar un poblado Bantú que nos acogiera para pasar la noche en nuestras tiendas-igloo. No resultó difícil, ya que la gente que encontrábamos era muy amable y tranquila. La verdad es que por allí no había un solo turista; creo que no sabían que era eso!!!

Finalmente el jefe de Bangue, dio su aprobación y nos indicó el lugar de acampada… justo delante de su casa y entre la fuente del pueblo y una tumba recién cubierta!!! No nos lo podíamos creer!!!, pero el jefe muy serio dijo que allí!!!, así que nosotros obedientes empezamos a montar nuestras tiendas “autodesplegables”; todo un espectáculo para la gente que nos miraba asombrados y divertidos. Éramos una novedad para ellos y un motivo de comentarios. El jefe nos pidió los pasaportes y anotó en una vieja y sucia libreta los nombres de todos. Tuvo algunas dificultades con los apellidos y se tomó su tiempo… creo que mas de 20 minutos!, bueno, el tiempo en África tiene otra dimensión, ya lo sabemos!!. También se empeñó en enseñarnos su casa y presentarnos a su anciana madre que estaba acostada en una choza al otro lado de la pista. No tuvimos más remedio que ir a saludarla, pues hubiera sido una falta de cortesía no hacerlo. La choza estaba llena de humo, hacía mucho calor y apenas se podía respirar, pero todos (bueno, menos una que se escaqueó) saludamos, preguntamos por su salud, sonreímos y dimos las gracias por su hospitalidad.

A las 20h. ya estábamos intentando dormir, pues allí no se podía pasear, ni tomar una cerveza fresca ni charlar un rato al aire libre si no querías que las moscas y mosquitos te acribillasen, así que a dormir!!!

Como era habitual, al amanecer y sin desayunar, recogimos el campamento, nos despedimos agradecidos y emprendimos la marcha hacia la frontera.

Varias horas de pistas rojas y rectas interminables, nos llevaron a Libongo (frontera fluvial entre Camerún y R. Centroafricana). Toda una experiencia cruzar fronteras en África. Los trámites son bastantes surrealistas; sellos y tampones sacados de una bolsa de plástico, pasividad absoluta y una lentitud que uno debe aceptar sin pestañear, pues las cosas funcionan así por ahí. Siempre ocurre algo, y a nosotros nos tocó que habían cambiado las normas y ahora, además de pasar por la Police, también había que presentarse en la Gendarmerie… un par de horas de espera. Suerte que no había nadie más solicitando los tramites, porque sino, a lo mejor aún estamos allí!!!!

Finalmente conseguimos tener todo en regla y nos dispusimos a embarcar en una lancha que nos llevaría por el río Sangha hasta República Centroafricana, la Reserva de Dzanga-Sangha, los gorilas y los elefantes. Que ilusión!!

Tres horas de barca remontando el río acabaron con mi espalda; suerte que el Dzanga lodge estaba esperándonos!! Rod Cassidy, el dueño sudafricano, nos recibió impasible, nos asignó los lodges, nos presentó a William, quién nos pidió los pasaportes  y desapareció.

El tema de los pasaportes es una gran historia y todavía no sabemos quien los retuvo durante los cuatro días que estuvimos en Dzanga. Un día decían que los tenía William, otro día decían que los tenía la policía, que los guardaban ellos. Total, que estuvimos sin pasaporte hasta el momento de partir!!

Llegó el gran día de adentrarnos en el Parc Nacional de Dzanga-N’doki y avistar a la familia de gorilas que tienen localizada. Una hora y media en 4×4 por pistas preciosas hasta la entrada al parque y otra hora y media a pie acompañados de dos pigmeos y un rastreador, nos llevaron hasta un punto donde un grupo de tres debía esperar y el otro grupo acercarse hasta donde estaban los gorilas.

Me tocó esperar y ohhhh, sorpresa!!! Cuando parabas de caminar, unos cuantos millones de mosquitas diminutas, te envolvían. No picaban, pero era realmente insoportable, ya que se metían en los ojos, la boca, la nariz… acabamos todos con un ramillete de hojas abanicándonos como si estuviéramos en la feria de Sevilla. La espera se hizo larga en estas condiciones, pero la ilusión de ver a los gorilas hacía soportar casi cualquier cosa.

Llegó el momento… caminamos durante unos diez minutos hasta encontrar al primer gorila; un espléndido espalda plateada que estaba sentado y comiendo unos tiernos brotes de hojas. Un espectáculo que cortaba el aliento!!. Nos miraba de vez en cuando y seguía con su tarea de  comer y comer.

Hacer fotografías era una tarea casi imposible, pues la espesa vegetación hacía que el enfoque fuera muy complicado y además como no se podía utilizar flash y la luz era escasa ya que estábamos en lo más impenetrable de la selva, era difícil!!. A veces era mejor conformarse con observar simplemente la situación y disfrutar del momento.

Los pigmeos hacían un ruidito con la boca tipo “nok, nok” para que los gorilas supieran que andábamos por ahí y que no representábamos ningún peligro para ellos. Así los tenían acostumbrados y la verdad es que estaban muy tranquilos, a veces nos miraban, pero no se alteraban en absoluto.

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Acabó nuestro tiempo  y debíamos volver. Caminamos muy rápido, pues parece ser que los pigmeos temen mucho a los elefantes de selva y no quieren encontrárselos, pero… en un momento dado, nos hicieron retroceder a toda máquina, pues el pigmeo que iba en cabeza, casi se tropieza con el trasero de un elefante. Como hay tanta vegetación, a veces no los ves hasta que están a dos metros de tu cara!!. Por suerte, sólo fue un susto.

Volver al lodge, una cerveza fría y una buena ducha después de un día tan emocionante fue estupendo!!

En el segundo día en Dzanga, nos desplazamos a la selva impenetrable de nuevo para observar a los monos Mangabeys en la zona de Hokou. Fue una excursión fantástica y todo un espectáculo ver a los Mangabeys saltar de árbol en árbol, comer frutos y simular peleas entre ellos. Gritaban y se perseguían unos a otros. También tuvimos ocasión de ver en un Bai  (claro en la selva) una manada de búfalos que pacían tranquilamente. Son realmente muy distintos de los que conocíamos de sabana.

Llegamos relativamente pronto al lodge lo que nos permitió descansar cada uno a su manera. Tuve ocasión de armarme con mi pareo especial de meditación y sentarme en la hierba sobre el río Sangha. Un espectáculo indescriptible; ese río era mágico. Parecía un espejo de agua, no se movía nada, parecía que no hubiera nada. Su anchura era impresionante y la selva caía sobre él, no había espacio para nada ni para nadie y sin embargo a mi me producía una sensación de paz inmensa.

Releí entonces un pasaje del libro de Joseph Conrad, “El corazón de las tinieblas” que dice así: “…el silencio que nuestras pisadas habían ahuyentado fluyó de nuevo desde los lugares recónditos de la tierra. La gran muralla de vegetación, una exuberante y enmarañada masa de troncos, ramas, hojas, brazos de árbol, festones, inmóviles, era como una desenfrenada invasión de vida muda, una ola arrolladora de plantas, amontonadas, crestadas, a punto de venirse abajo sobre el río y arrancarnos a todos nosotros, ínfimos seres, de nuestra ínfima existencia.”

Todos los pasajes del libro evocaban un lugar oscuro, sombrío y amenazante que provocaba una inmensa amargura y un profundo desasosiego a Marlow y no digamos a Kurtz. Sin embargo la selva, la penumbra, la visión de ese río que al amanecer y al ocaso estaba cubierto por una especie de niebla blanca, provocaba en mi un sentimiento de unidad con la belleza del mundo que intensificaba la conciencia. En esos momentos de sensibilidad exacerbada, así como anochecía dentro de mi, también participaba del concierto universal, de esa música inconmensurable que emanaba de un conocimiento único que fluía a través de mi espíritu.

El silencio estaba inmóvil sobre el cristal de agua, la niebla dibujaba historias ya dormidas durante el crepúsculo. Sólo podía sumar instantes que me llevaban a la frontera de la melancolía y sin embargo debía trazar mi propio mapa y seguir adelante…

No me hubiera importado alejarme hacia ese horizonte invisible en el que flotaba la niebla del río, pero estaba atada al mundo deseando vivirlo desde dentro pero también desde fuera. Ocurría que arcanos de luz me mostraban una pequeña parcela de otra realidad en la que me movía con curiosidad y mi espíritu bailaba alegremente.

La noche se perdía en el corazón silencioso de ese árbol firme y solitario bajo el que me encontraba entre susurros de inmensidad…

La realidad del aquí y ahora se imponía y al oscurecer… debía volver al lodge central con mis compañeros.

A la mañana siguiente salimos temprano y nos dirigimos al río para embarcar en unos mocoros estupendos y navegar por el Sangha. Toda una experiencia; es un río francamente especial!. Al poco rato, nos adentramos por una corriente de agua llena de plantas acuáticas y flores. En algún momento casi no se podía avanzar de tanta vegetación que se acumulaba. El paisaje y el suave sonido de los remos al entrar en el agua, conformaban un momento único. Nos detuvimos en la orilla desde donde se podía observar cómo se recogía un licor de palma muy apreciado. Se hacía unos cortes en la parte más alta de la palmera y poco a poco iba goteando un líquido blanquecino ligeramente azucarado y amargo que fermentaba y constituía la bebida predilecta de los habitantes de la zona.

Desembarcamos en el Doly Lodge y tras una cervecita bien fría, nos dirigimos hacia el Dzanga-Bai en nuestros vehículos 4×4. De pronto nos encontramos con el camino cortado; había caído un inmenso árbol bloqueando completamente el paso. Parece ser que llevaban más de cuatro horas trabajando. Una brigada de seis hombres, armados de sierras mecánicas y machetes, hacían lo posible para despejar la pista. Finalmente consiguieron apartar el tronco y pudimos reanudar nuestra ruta.

Dejamos los coches en la entrada del parque y con nuestros inseparables “bastones” fabricados por nuestro querido Motingué, nos dispusimos a adentrarnos de nuevo en la impenetrable selva. Ya nos habían advertido que deberíamos cruzar algunos cauces de agua y no había más remedio que descalzarse y arremangarse los pantalones… y así fue, al poco de adentrarnos en la espesura, ya tuvimos que caminar sobre un lecho de riachuelo fangoso y luego… agua hasta más arriba de la rodilla. Suerte que íbamos preparados y no resultó especialmente complicado. Seguimos caminando durante un buen rato en absoluto silencio, pues podía haber elefantes cerca.

La caminata resultó muy agradable y llegamos a un mirador construido en madera en el borde del Bai. Era un plataforma fantástica, desde ahí con toda tranquilidad y seguridad, se podía observar a los elefantes que se paseaban sin prisas por todo el claro.

Había más de 80 elefantes y formaban una estampa bellísima. Los había de todos los tamaños y “colores”, sí, sí, colores… algunos se habían revolcado en el fango y como  era completamente rojo, aparecían de ese color. Otros estaban de color amarillento y los demás de color gris oscuro. Era realmente curioso!!!.

Por todo el bai había agujeros en los que los elefantes se arrodillaban e introducían la trompa para obtener las sales minerales que necesitaba su organismo. Todo un espectáculo!!

También pudimos ver a varios Sitatungas (antílopes muy característicos de esa zona) y algún Colobo despistado. Lo que no conseguimos ver fue al famoso bongo; no hubo manera!!, les insistimos a nuestros guías pigmeos, pero dijeron que hacía falta mucho rato y mucha paciencia para conseguir verlos… lástima!!!, me hacía ilusión ver bongos!!!.

Uno de nuestros guías pigmeos se llamaba Motingué… en un principio no podía recordar ese nombre y le llamaba, bueno todos le llamábamos, “Bolinga”. Se reían mucho, pero más tarde descubrimos que “Bolinga” quería decir “te quiero”!!! Vaya!!!

Montigué era un tipo excepcional; siempre sonreía y estaba dispuesto a ayudar en cualquier momento a todo el mundo y trabajaba como el que más.

Todos nos hubiéramos quedado mucho más rato en la plataforma, pero como había que caminar por la selva, los guías no querían que empezara a oscurecer, así que nos pusimos de nuevo en marcha no sin una gran tristeza. El estar ahí era un regalo y un privilegio. Deseaba fijar las imágenes en el alma, para que no se olvidaran.

Otra vez atravesamos corrientes de agua, pero ahora ya con una soltura impresionante… todo es acostumbrarse y aceptar las circunstancias como son. Todo era tan natural, que acabé inmersa  en la situación y me pareció que lo había hecho toda la vida.

Finalmente llegamos a nuestro ya queridísimo Lodge. Para acceder a él, había que atravesar el río Babongo, afluente del Sangha. Había una curiosa plataforma que se deslizaba mediante unas cuerdas de orilla a orilla del Babongo. En esta época del año, no bajaba mucha agua. También había un gran tronco (sin pulir) que cruzaba el río y así los que tenían cierto equilibrio, podían pasar por el tronco sin necesidad de arrastrar la plataforma ya que se necesitaban por lo menos dos personas para poder hacerlo. En un principio daba un poco de miedo pasar, pues cargada con la mochila y las máquinas de fotos, pensaba que si me caía, adiós cámaras y eso sí que no quería que ocurriera. De todas maneras se presentó la ocasión de pasar por el tronco (ya que no había nadie a la vista),… pasé y la verdad es que era bastante sencillo, sólo había que pensar que se caminaba por suelo firme y tener confianza. Que bien!! después de aquella primera vez, ya fue coser y cantar. Me encantó el tronco!!!

Última noche en el Dzanga-Lodge. Se hacía raro pensar que debíamos partir, después de cuatro noches ahí, ya era como nuestra casa. Tumbada bajo la mosquitera, pensaba que echaría de menos al pequeño ratón que se paseaba por encima de un lado a otro, era fantástico ver como se las ingeniaba para bajar por los laterales verticales de la mosquitera, pero vaya si lo hacía!!. Dormir bajo esa campana protectora, hacía que los sonidos de los animales que nos rodeaban, fueran amigables e interesantes. Ocurrió que vi una gran araña en la cabecera de la mosquitera, y pensando que estaba fuera dormí tan tranquila, pero a la mañana siguiente, me di cuenta que estaba dentro!!! Ohhh!!, la hice salir inmediatamente!!!

El desayuno fue silencioso. Cada uno, pensativo, se despedía del Dzanga-Lodge y sus gentes. Las vivencias compartidas quedaban en el corazón. Saludamos a todos los guías, los chóferes y personal del lodge… nuestro querido Montigué estaba emocionado, pero seguía mostrando su ingenua sonrisa. Espero de corazón que consiga salir adelante él y su familia. Por supuesto, nos despedimos de Rod, que con su talante de sabio despistado, nos deseó buen viaje.

El trayecto en barca hacia la frontera con Camerún aún resultó más silencioso si cabe. Era muy temprano por la mañana y el río presentaba esa neblina blanca, esa quietud y esa sensación de irrealidad que encogía el corazón.

Recordé otro pasaje del “corazón de las tinieblas”: … cuando salió el sol había una niebla blanca, muy cálida y pegajosa, y más cegadora que la noche. Ni se movía ni avanzaba, simplemente estaba allí, rodeándole a uno como algo sólido. A las ocho o las nueve, tal vez, se levantó como se levanta una persiana. Pudimos echar una ojeada a la multitud de altísimos árboles, a la inmensa y enmarañada selva sobre la que estaba suspendida la resplandeciente bola del sol, todo en perfecta quietud; y entonces la blanca persiana cayó de nuevo, suavemente, como escurriéndose por rieles engrasados…

Me resultaba curiosa esa sensación de intemporalidad. Parecía que el resto del mundo hubiera desaparecido sin dejar atrás ni un susurro ni una sombra… así continuamos durante bastante rato hasta que finalmente la niebla se disipó y todo resultó más alegre, más real.

Largo camino nos esperaba, tierra roja, grandes camiones de troncos, escuelas de las que despedirnos, poblados llenos de vida… conseguimos llegar a Yokadouma para intentar dormir en un “hotel” de la localidad y reparar el coche que presentaba algún problema. Así lo hicimos, y la verdad, aunque el “hotel” era bastante especial (por no decir otra cosa), pudimos tomar unas cervezas frías y cenar sentados en un “elegante” comedor. Dejamos atrás la opción de dormir en el poblado bantú; en algún momento eché de menos la experiencia, pero todos estábamos cansados y la posibilidad de dormir en una cama era lo mejor.

Con el coche medio en condiciones, continuamos nuestra ruta por la alfombra roja de las pistas ya conocidas. 190 km. nos separaban de Lomié. Por el camino visitamos otras escuelas y entregamos los balones que habíamos comprado en Yokadouma. Los niños no podían estar más felices y nos obsequiaron con bonitas canciones. En una de estas escuela había un niño negrito, pero rubio y con los ojos azules; su padre era el profesor de la escuela y nos enteramos que la madre era también negra… misterios de la genética u otras posibilidades… no quisimos indagar más.

Pasamos por un puente de madera medio destruido, así que por precaución, nos bajamos del coche. No era de extrañar con esos camiones inmensos de troncos que pasaban a toda velocidad; estropeaban las pistas y todo lo que encontraran en el camino. Gracias a la pericia de los chóferes, pasaron sin dificultad y logramos llegar a Mang a tomar alguna cosa y sin apenas descanso proseguimos el camino para llegar a Lomié lo antes posible.

Lomié era para nosotros otro reducto conocido y bastante cómodo. Tenían bebidas frías y un comedor con manteles azules de plástico floreado  bastante impactante!!.

Todos estábamos algo cansados, pero compartimos con los chóferes esa última cena en tierras camerunesas. Brindamos por todos nosotros y nos desearon un feliz regreso a casa. Por nuestra parte les agradecimos profundamente su amabilidad y predisposición durante los más de 1.800 km  que compartimos por esas pistas del Este virgen de Camerún.

De Lomié a Yaoundé hay más de 210 km. debíamos llegar, visitar el Mont Febé, el mercado artesanal, y darnos una ducha antes de coger el avión de regreso. Lo cierto es que llegamos a comer… un buen tute de carretera, pero ya estábamos ahí!! Había cierto nerviosismo en el ambiente. Algunos pensamos que sería mejor saltarnos alguna de esas opciones, pero finalmente lo hicimos todo!!!; la vista panorámica de Yauondé, el mercado artesanal, que por cierto, cayó una tromba de agua impresionante y finalmente la ducha en una Misión.

Resultó complicado salir de la ciudad, un caos indescriptible lo impedía… nervios y cierto desasosiego entre los compañeros. Aún nos esperaba un largo trayecto hasta casa. Yaoundé-Douala-Zurich-Barcelona, todo seguido. Suerte que el vuelo hacia España era de noche y todos intentamos dormir.

Aterrizamos felizmente en Barcelona y aunque mostrábamos secuelas del largo viaje de vuelta, sentimos separarnos después de esa experiencia tan intensa vivida durante 13 días.

Todo esto sucedió en la expedición realizada entre el 6 y el 18 de marzo de 2011, junto a mis compañeros y amigos del alma: Igor, Rosa, Isabel y Gina. Agradecimiento infinito a todos ellos por compartir esas vivencias únicas en tierras africanas. Ellos saben que me apasiona viajar y cuando la cotidianidad resulta agotadora debo partir y entonces el viaje ocupa mi pensamiento antes de quedarme dormida y también es lo que a veces, no me deja dormir…

Este ha sido un viaje duro, que me ha permitido conocer un África primigenia, y en cierta manera solitaria; como si estuviera encerrada en una burbuja verde, aislada pero auténtica y única.

Cada viaje es una experiencia mágica y este ha dejado una profunda huella en mi alma.

Momentos hechos de luz y sombras, de polvo y lluvia, de tierra y aire, de niebla y sol, momentos que llenan espacios vacíos y dan color y calor al corazón.

En el silencio de mi reflexión, percibo todo mi mundo interno como un sueño, un sueño que me indica el camino a seguir con experiencias de todas clases; cada hecho,  cada momento, cada situación, la vivo con lucidez cegadora. Todo queda unido en un solo trazo y así me atrevo a transitar por este eterno presente que llamamos vida.

“En el camino aprendí,  que llegar alto no es CRECER, que mirar no siempre es VER, ni escuchar es OÍR, ni lamentarse es SENTIR, ni acostumbrarse es QUERER.

En el camino aprendí  que andar solo, no es SOLEDAD  que cobardía no es PAZ, ni ser feliz SONREÍR.  Y que peor que mentir, es silenciar LA VERDAD.”



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