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Cahuita, Costa Rica. Por Adriana

21 Oct 10    Consejos viajeros, Cuadernos de viajes    Tarannà    1 comentario

Playa y palmera en Costa Rica

Dejo por un momento las tareas del trabajo y extiendo un mapa de Costa Rica en el escritorio. Ubico con mi dedo indeciso algún lugar para ir en los días de descanso que he tomado. Recorro las provincias y termino por seleccionar un nombre apenas perceptible en el mapa llamado Cahuita, al sur de Limón. El clima en realidad no me preocupa ya que en Limón nunca se sabe, hay días que llueve torrencialmente por tres horas en la madrugada y en cuestión de minutos aparece el sol en un cielo totalmente despejado. Pero eso sí, el caribe tiene un no sé qué, como pocos lugares, en el que se disfruta con lluvia o sin ella. Me preparo con lo indispensable, una capa (por si acaso), repelente, un foco y ropa cómoda. Cuatro horas hacia mi destino, salgo del trabajo y dejo atrás todas las preocupaciones junto a los zapatos que incomodan al caminar.

He llegado a Cahuita, pies descalzos, camino pausado y movimiento de cabeza al ritmo del mar, de la brisa con palmeras. Aquí comienza la aventura en un pueblo que puede ofrecer mas tesoros e historias de las que se aprecian a primera impresión. Recorro calles de piedra caliente por el sol buscando un refugio para los próximos días Hay variedad de lugares y precios, casi 40 opciones para escoger. Encuentro un lugar que tiene por vecino al mar a lo lejos y los perezosos e iguanas a los lados, son unas villas exóticas que se contrastan dentro de un paisaje de selva.

Llego a la entrada del Parque Nacional Cahuita el cual no cuenta con una tarifa regular sino que sobrevive, en gran parte, de la contribución voluntaria de cada visitante, modalidad que lo distingue del resto de Parques Nacionales en Costa Rica. Sigo mi rumbo y llego a playa Blanca, la cual se ubica dentro del parque y se extiende 7 kilómetros a lo largo de la costa hasta llegar a Puerto Vargas, un antiguo muelle petrolero del año 1921. En Puerto Vargas hay zonas para acampar y tener un contacto más cercano con la naturaleza, ofrece servicios de baño, ranchos y sanitarios. Además existe la oportunidad de observar durante los meses de julio a octubre ,el desove de tortugas como la baula o la carey, esta última en peligro de extinción.

Observo la muñeca de mi brazo y no encuentro el reloj. Un rasta despistado se dirige hacia mi y con un sonoro ¡bumbatá! Me da la bienvenida al pueblo. Le pregunto la hora, vuelve a ver al cielo y me explica: – Como las cinco y media ,negrita. Pero, despreocúpese del tiempo que la agobia en la ciudad y póngase a gozar. Las horas son caprichosas, a veces pasan muy rápido y cuando usted se da cuenta ya va de vuelta pa´ la casa, así que disfrute- Sonríe otra vez y se marcha.

Hay dos formas de recorrer el Parque Nacional Cahuita, por la playa o el sendero. Escojo la segunda opción y me voy por un camino con olor a selva y con sonido de ranas, loras, congos y monos cariblancos.A lo lejos observo dos mapaches que se confunden entre los arboles de laurel, indio desnudo y caobilla. Camino con un poco más de cuidado para no obstruir la labor de miles de hormigas arrieras que van hacia un árbol adornado por una hermosa tela de araña con su gran tejedora llamada nephila, me provoca escalofrío.

pequeño primate en parque natural en Costa Rica

Me salgo del sendero y camino por la playa descubriendo pequeños sectores o playitas privadas escondidas entre densas copas de almendros. Me extiendo sobre la suave cama de arena y observo un cielo inmenso completamente azul .Un sueño de coral y olas me invade y reflexiono, todo lo que está alrededor es real y no es producto de mis constantes viajes imaginativos al paraíso, tan solo a 216 kilómetros de San José encuentro un lugar de ensueño.

El hambre y la sed me impulsan a regresar al pueblo, me levanto y sacudo un poco la fina arena que se ha quedado en los pliegues de la ropa y vuelvo a caminar. Atrás dejo la punta Cahuita, el mayor accidente geográfico del caribe costarricense. El cielo se oscurece y se llena de pinceladas rojizas, anuncio de que ya llega la noche.

Entre distintas ofertas de los restaurantes: comida francesa, criolla, española, china me inclino hacia un llamativo lugar frente a la calle principal de Cahuita, llego a la soda Thalassa. Comida liviana, natural y a la parrilla. Un olor a especias me lleva a sentarme en una barra con gente de todos colores y nacionalidades. Parece un punto de encuentro en el que se puede intercambiar experiencias.

Un hombre simpático y con ojos de niño me explica el menú y la especialidad de la noche: cebiche de tiburón. Huele a papaya, mango, piña, banano. Hay frutas que no reconozco y el hombre me dice sus nombres y las propiedades que poseen. Me explica: esta fruta se llama así y sirve para…- Hasta llegar a algo con un aspecto extraño que había observado en los árboles que están en la orilla del mar. – Se llama nonis y a veces yo les obsequio un trago a los clientes que han pasado por mucha fiesta y se ven cansados. Unos dicen que cura sesenta y dos enfermedades otros treinta y ocho, una gringa se curó de cáncer… y hace muchos años, nuestros abuelos consideraban al nonis como un veneno ¿ Quiere probar?- me pregunta. Hago un dudoso movimiento afirmativo con mi cabeza y me da medio vaso. El olor es muy fuerte y el sabor no lo es tanto. En Cahuita se pueden realizar tours sobre plantas medicinales y quién sabe si se encuentra la cura de algún padecimiento al mismo tiempo que se disfruta de unas vacaciones inolvidables. Termino de comer un plato realmente exquisito y pido otro mixto de frutas. Observo a la gente que se mueve, unos más tímidos que otros, al ritmo de reggae, socca o calipso. En ocasiones se escucha en vivo un grupo de cahuiteños llamado Ashanti, que con maracas, quijongo, guitarras y tumbas deleitan al oído y evocan sentimientos de sus raíces caribeñas.

Se sienta a mi lado un hombre negro entrado en años con mirada de gente buena, al que le llamaré mister G. Empezamos una conversación fácil, fluida, como de viejos amigos. Parece que el oficio de cuentacuentos fuera su misión en el pueblo y comienzo a preguntarle sobre el origen de Cahuita y su evolución. Se reacomoda y toma un sorbo de su té de menta a la vez que mueve el pie al ritmo de la música. Con hablar pausado y mezclando el acento inglés en palabras castellanas comienza a relatarme algunas historias vividas por él mismo y otras con un matiz mitológico. El nombre de Cahuita proviene de “cawi”, designación miskita del árbol típico de la región conocido en español como “sanguillo”. A la palabra “cawi” le unieron la terminación “ita” por cariño. Hace 101 años se empezó a poblar la zona con personas provenientes de Nicaragua, Bocas del Toro, territorio que en el pasado pertenecía a Costa Rica y por supuesto, de Jamaica. Llegaron en lancha y en una de ellas, mister William Smith, primer afrocaribeño de la zona. Algunos venían en barcos europeos o de piratas, cargados en plata y joyas. Algunos barcos de hierro se hundieron y se cree que guardan celosamente tesoros en las profundidades del mar.

Los primeros inmigrantes se vieron motivados a poblar Cahuita por la matanza de tortugas para vender la carne y sus huevos. Habitaban miles de tortugas en aquel tiempo y ahora solo algunas desovan en la playa de Puerto Vargas por las tardes.

Otra forma de vida de los inmigrantes se basó en el cultivo de yuca, ñame, ñampí, arroz, frijoles y cocos, productos que intercambiaban entre ellos . Tiempo después, llegaron las compañías bananeras y los agricultores comenzaron con el cultivo de cacao. Fue una época muy productiva hasta que una enfermedad llamada molina atacó al cacao y se detuvo la cosecha. Mister G baja el tono de la voz y me dice un poco misterioso: – Es culpa de las compañías grandes, ellos trajeron la enfermedad para quebrar a los pequeñitos y convertirlos en sus empleados a la vez que compraban sus tierras a bajo costo- El viaje de Cahuita a Limón por muchos años fue toda una proeza para los cahuiteños. Actualmente se demoran escasos cuarenta y cinco minutos, antes de cinco a siete horas que dependía de las vacas, caballos o burros para llegar a Penshurt y de ahí tomar una balsa por el río la Estrella y después el tren hasta Limón.

Seguimos tomando, seguimos hablando y el ambiente se torna más cálido, se reúnen más blancos con la piel bronceada a la fuerza y otros negros por ahí se ríen copiosamente de alguna broma hecha por el mismo rasta que me encontré horas antes por la playa. Pago la cuenta y me dirijo a las villas exóticas con fondo de selva. Me despido de mis nuevos amigos y prometo desayunar al día siguiente en la Thalassa natural. Una suiza de al lado me ha recomendado muy bien el desayuno del lugar.

Ya esta amaneciendo, entra un pequeño rayo de sol por la ventana y los congos gritan a coro dando la bienvenida a un nuevo día. Sonrío al pensar que no estoy soñando. Regreso a la soda, me devoro un plato lleno de frutas frescas y me tomo una agua de pipa recién bajada de la palmera. No hay planes para hoy y me dirijo al lugar de información turística. Hay mucha variedad de paquetes, un tour en lancha con piso de vidrio, viaje en canoa, buceo, caminatas, paseo a caballo.

Estoy flotando en una de las 600 hectáreas de arrecifes de coral, una piscina natural en la que solo puedo escuchar los latidos de mi corazón en los oídos. Debajo de mi se desplazan de un lugar a otro, comunidades de peces multicolores, una langosta juguetea con las algas y descubro figuras esponjosas en el fondo. Todo es tan pacífico, tan armonioso. Saco mi cabeza a la superficie y observo a lo lejos un imponente bosque tropical.

Ya cansada salgo y nos incorporamos para merendar. El guía me explica sobre historias y comportamientos de algunos animales que habitan el parque. Regresamos al pueblo y recorro la Playa Negra,donde hay jóvenes locales y extranjeros surfeando ya que las olas son perfectas para este deporte. Observando un mapa recuerdo que Cahuita es más que una playa, también es montaña y abarca pueblitos a sus alrededores que pueden ofrecer mucho. Establecer contacto con el poblado San Rafael, a unos 10 kilómetros de montaña desde el centro de Cahuita no es muy fácil ya que no hay teléfono, y según me cuentan solo es cuestión de llegar y ellos gustosamente lo atienden. Camino a San Rafael se pasa por una comunidad llamada Tuba Creek, habitada por indígenas que aun conservan algunas tradiciones como las “chichadas”, fiestas en las que beben maíz fermentado que emborracha y la utilización esporádica del dialecto bribri. El camino es de piedra y es posioble entrar con un auto alto o a caballo. Es un sube y baja de heliconias y helitropos. Un grupo de las 146 especies de pájaros que habitan la zona, van de un nido a otro y si se observa bien es fácil ubicar las loras en parejas y con un poco de suerte los tucanes que se pasean a los alrededores. Después de treinta minutos de camino en auto, me recibe don Chico, un campesino que cultiva chile y se dedica a la ganadería al igual que la mayoría de los habitantes.

Playa en Costa Rica, América central

San Rafael esta poblado por personas de origen guanacasteco que fueron inmigrando para encontrar nuevas oportunidades, muchos de ellos llegaron a trabajar a las bananeras. Algunos quedaron estériles por el mal manejo de agroquímicos y con la compensación de dinero por parte de las grandes compañías, compraron pequeñas parcelas en San Rafael para trabajarlas. Entre broma ,serio y con un poco de nostalgia una mujer señala una finca y dice: – allá mamita, esta nuestro hijito”.
Alguna de las actividades en San Rafael son las caminatas, paseos a caballo o la más atractiva: “camaroneo nocturno”. En este tour se recorren quebradas del río cercano a la comunidad y se pesca camarones o langostinos en forma artesanal . La caminata se hace cuando no hay luna y está completamente oscuro, se necesitan botas de hule y nervios de acero porque existe la posibilidad de toparse en el camino con serpientes como coral o terciopelo y otros animales nocturnos menos peligrosos como el oso hormiguero, tepezcuinte o armadillos.

Salgo de San Rafael hacia Cahuita y continúo mi conversación sin terminar con mister G. Otra vez en mi lugar favorito, la Thalassa. Ahora hablamos de costumbres y me cuenta que durante su existencia en el pueblo se conservan algunas tradiciones, sobretodo en el aspecto culinario: la leche de coco, ingrediente principal en los platos típicos como rice and beans y rondon. El hospital ha sustituido el uso de remedios caseros para curar los males. Años atrás sin médico eran los mismos pobladores los encargados, con la ayuda de hierbas de sanar enfermos, atender partos y otras tareas.

Ya llegó la noche, es día de fiesta en el pueblo, la gente se ve animada a bailar y por qué no acompañarlos, voy a unirme a los cahuiteños y seguir el ritmo de Bob Marley,para después descansar con el arrullo de las olas y el olor a sal de caribe.

Si me falta algo por explicar acerca de Cahuita lo invito a usted a que descubra la magia que encierra este rincón del planeta. No se puede arrepentir y descubrirá entre plantas medicinales, animales y comidas, más tesoros por disfrutar. Sea parte del elenco en este gran teatro de la jungla y no dude en visitarme. Porque yo desde que vine no me pienso regresar. Y nadie sabe, que usted y yo de casualidad nos encontremos en una barra de la soda natural y conversemos sobre sus impresiones de este hermoso lugar. No se quede sentadito esperando que yo le cuente más, ¡vengase al Caribe, viaje a Costa Rica, a Cahuita!



Comentarios de “Cahuita, Costa Rica. Por Adriana”

  1. Ana Trejos dice:

    Demasiado hermoso, tuve el privilegio de compartir la misma aventura de conocer Cahuita y ahora no me quiero ir de acá, es sencillamente el paraíso, saludos desde Cahuita, Limón :)

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