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ÁFRICA, ME HAS DEJADO HUELLA

21 Oct 10    Cuadernos de viajes    Tarannà    2 comentarios

He conocido por primera vez, una pequeñísima parte de África. Tres parques naturales de TANZANIA: Tarangire, Serengeti y Ngoro-Ngoro.

Al llegar al aeropuerto del Kilimanjaro, solo este nombre me impuso. Hubo algo extraño, entre aventura y emoción al mismo tiempo, ya que iba a conocer un país nuevo para mí, con culturas ancestrales y dialectos que me eran desconocidos. El punto de partida de la expedición fue Arusha, desde donde emprendimos viaje hacia el primer parque natural, Tarangire.

Al salir de la ciudad, nos encontramos con un mercado masai al aire libre, que solo se hace una vez por semana, “casualidades”. Nuestro guía nos contó que no les gustaba que les hiciésemos fotos. ¡Qué pena!, puesto que era un festival de colores. El rojo de las mantas masai que lucían los hombres, las vestimentas de las mujeres y los pañuelos en la cabeza en forma de turbante, que solo ellas saben hacérselos y llevarlos con gracia. Sus orejas agujereadas, sus largos pendientes… ¡Todo era color!

En este mercado nos llamó la atención la variedad de cosas que había, desde montañas de verduras; coles, cebollas, tomates, cereales, maíz, centeno… ollas de barro cocido, ropas, pulseras de cobre (casi todos las llevan) y un largo etc. Pero lo más curioso es que habían montado otro mercado a unos metros para la venta de animales, sobretodo cabras y vacas, muy importante para sus transacciones, ya que básicamente los masai son ganaderos.

Se nos cruzaron nuestras miradas, y nos observaban con la misma curiosidad que nosotros les observábamos a ellos, pero siempre con amabilidad y respeto.

Continuamos el viaje por unas carreteras de arena roja arcillosa. La sequía era tal que nuestras propias ruedas traseras del jeep levantaban tanto polvo que generaban un remolino, que incluso llegaba a tapar la visión del conductor, siendo necesario utilizar el limpia parabrisas para poder seguir.

Vimos la lucha por el agua. Como su escasez, obligaba a muchos habitantes a desplazarse hasta 30 Km. cada día, andando, para obtener una mínima cantidad de agua, para una mísera y precaria subsistencia.

AL ENCUENTRO DE LA FAUNA Y LA FLORA

Al llegar al Tarangire mi sensación fue: “la naturaleza ha ofrecido a África una gran riqueza”.

La vegetación estaba formada por Acacias, Baobabs y pequeños matorrales. Los animales en libertad, se cruzaban por las pistas por donde circulábamos, dejándonos atónitos con su majestuosidad, mientras nos observaban algo desafiantes, diciéndonos: “este es nuestro territorio”

La máquina fotográfica no podía parar, queríamos impregnar todo lo que veíamos. El olor, la calma, el color del cielo, la emoción… Pero esto solo queda en el corazón y en la retina.

Al llegar al campamento que estaba situado en el medio del parque, tuve la sensación de estar viviendo “Memorias de África”.

Teníamos la mesa preparada para cenar con manteles, velas, el pan recién hecho, no faltaba ningún detalle, incluso unos pequeños barreños de lona con agua caliente para lavarnos, cosa que agradecimos, después del polvoriento camino.

Los guías encendieron una fogata y cenamos una sencilla pero deliciosa cena. Al acostarnos sentíamos una actividad indescriptible de la fauna. Dentro de nuestras tiendas, acurrucados, intentábamos dormir, mientras una alerta inconsciente nos decía: “Ahí afuera hay hienas, aves carroñeras, y toda clase de animales”, incluso oíamos la respiración de alguno de ellos, que yo juraría no era precisamente pequeño.

Al fin nos dormimos por el cansancio.

A la mañana siguiente nos levantamos muy temprano para dirigirnos hacia el río Taranguire, lugar de encuentro de todos los animales.

En el trayecto, hubo una curiosa escena, un grupo de 4 elefantes con sus crías estaban dormidos, estirados en el suelo. Nosotros los observábamos en silencio. De pronto un adulto se levantó y empezó a despertar a los demás con su trompa. Uno de los más pequeños no quería levantarse. Así que el adulto casi lo alzó a la fuerza. No podíamos dejar de comparar la similitud de su comportamiento con el comportamiento humano.

Después de visitar el parque nos dirigimos hacia el Lago Easi que está situado en el Valle del Rift. Este lago tiene un color peculiar debido a la gran cantidad de flamencos que pueblan sus orillas.

De vuelta hacia Karatu pudimos visitar la tribu de los Datogo. Polígamos al igual que los masais, y sus viejos enemigos en otra época. También en ellos el número de esposas, dependía de la cantidad de animales que tuviera el hombre. Así se determinaba su riqueza.

Cada mujer vive en su choza con sus hijos. Estas viviendas, están hechas con troncos, cañas de maíz seco y paja.

Al llegar al poblado, solo nos recibieron las mujeres con sus hijos pequeños, ya que el marido de todas ellas y los hijos mayores estaban con sus rebaños. Al vernos nos recibieron con sus mejores vestidos, hechos con piel de vaca o cabra.

Algo peculiar de estas mujeres es que se escarifican su rostro, adornando sus caras para estar más bellas. Enseguida establecimos muy buena relación. Nos enseñaron sus chozas, sus herramientas, sus cacharros de cocina, como se hacían sus ropas, nos dejaron coger en brazos a sus bebés, nos cantaron canciones y nos bailaron sus danzas. Por nuestra parte, también nosotros intentamos trasmitirles pequeñas danzas y canciones populares de nuestro país. Y ellas con risas tímidas pero encuriosidas, se mantenían a la expectativa de lo que cantábamos y gesticulábamos. Hay que decir, que su capacidad de aprendizaje fue mucho mejor que el nuestro, y en pocos minutos, se había formado un círculo en que unidos por las manos, y la buena voluntad, olvidamos nuestras diferencias de raza o culturas, disfrutando juntos del acontecimiento ¡Fue verdaderamente muy agradable!

Continuamos nuestra ruta internándonos por la sabana, para conocer los Hatsas. Esta etnia aún es un pueblo cazador, y recolector. No tienen casa estable, viven de forma nómada, y se establecen en una zona, solo unas semanas, lo justo para obtener alimentos necesarios para vivir al día.

Los frutos, bayas, raíces y algún animal como cebras gacelas Thomson, monos etc., son su principal fuente de alimento. Para cazar emplean flechas envenenadas. El gobierno les ha concedido un permiso especial para matar bajo normas mientras conserven la fauna vigente.

Al llegar a su campamento tuvimos la suerte de poder ir a la caza del mono con tres de sus cazadores.

Abandonamos el campamento y nos dispusimos a seguirles, aunque andaban tan de prisa que casi no podíamos alcanzarlos. Mientras se comunicaban con señas para no hacer ruido, se deslizaban rápidamente, vigilando las huellas impactadas en la arena. Hubo un intento de cazar a un mono pero se escapó. Seguimos andando unas horas pero no hubo suerte, y decidieron volver.

¡Fue algo increíble! Y realmente pudimos ver, que no siempre es fácil conseguir comida, en el supermercado de la naturaleza.

Partimos después hacia Serengueti.

Por el camino nos encontramos con un genuino poblado masai, rodeado por un espinoso cercado de acacias secas, y distribuido en un círculo de chozas construidas con estiércol de vaca seco, troncos de acacias y arcilla, dejando unos rediles para el ganado. Normalmente viven en él, numerosas familias.

Después de pedirles permiso para visitarles, y pagar el correspondiente tributo, pudimos iniciar una de las más bellas experiencias del viaje.

Un grupo de altivos guerreros cantaban y danzaban, dando sus característicos saltos de hasta medio metro de alto, mientras tanto las mujeres, seguían el ritmo moviendo sus cabezas armoniosamente subiendo y bajando sus vistosos collares. Nos invitaron a danzar e intentamos seguirlos aunque apenas nos alzábamos 20 cm. del suelo.

En otra zona del poblado, los niños estaban todos sentados en grupo, custodiados por una vieja masai, y dentro de un cerco de ramas, marcando claramente su zona de guardería.

Nos mostraron sus casas permitiéndonos entrar en ellas, su artesanía: collares, pulseras, pendientes, atavíos etc.… Salimos de allí con la sensación de haber vivido una fiesta realmente “Masai”.

Continuamos nuestra ruta llegando al parque nacional de Serengueti con grandes expectativas, para conocer kilómetros y kilómetros de la más impresionante sabana del mundo.

La sensación era de estar en un gran escenario donde miles de seres se mueven, y viven en aparente armonía.

Los impalas y las gacelas Thomson con sus brincos despreocupados e inocentes, las cebras y ñus siempre juntos, las jirafas con su parsimonioso andar mordisqueando las altas acacias, los hipopótamos semi sumergidos en las pequeñas charcas, y revoloteando las aves carroñeras, con una alerta parecida a un radar buscaban su presa. Grupos de elefantes acompañados de sus crías seguían un sendero imaginario y un sinfín de diversidad de especies, cada una más interesante que la anterior.

Una escena que nos impresionó, fue un grupo de leonas acechando unos fagoceros, que iban siguiéndolos lentamente sin perderlos de vista, esperando el momento idóneo para el festín.

El anochecer se nos caía encima y nos dirigimos hacia Ngoro-Ngoro donde llegamos de noche. Allí nos hospedamos por primera vez en un Lodge, debido al intenso frío que hacía, ya que estábamos a más de 2000 metros de altitud. Aún así, aunque pudimos disfrutar de más comodidad, no por ello dejamos de añorar nuestro equipo de intendencia del campamento.

A la mañana siguiente pudimos divisar un magnífico paisaje del interior del cráter. Y después de un buen desayuno, nos dispusimos a bajar a la caldera volcánica poblada, más grande del mundo.

¡Cómo impresiona! La paredes del volcán son como murallas que nos rodeaban en un radio de 20 km. con más de 600 metros de altura. Aunque esto no representaba ningún obstáculo para la emigración de algunos animales que habitan en su interior.

Este parque tiene un microclima con muchas zonas verdes y lagos de agua salada y dulce. Resultando un hábitat perfecto durante todo el año.

Al mediodía disfrutamos de un pic-nic al aire libre a orillas de uno de los muchos lagos que hay. La característica de este lugar, fue la cantidad de “gavilanes ladrones”, que cuando veían una pata de pollo se lanzaban cual kamikaze, en picado, en busca de la comida preparada, arrebatándonosla. Al final tuvimos que comer unos debajo del jeep y otros en su interior, para ser nosotros quienes pudiéramos disfrutar del frugal manjar. Todo ello, con el consiguiente alboroto, risas, y sorpresas.

Después del reposo, pudimos seguir contemplando grupos de animales en manadas de diferentes especies, en sus circuitos diarios en busca de agua y comida. Contemplarlos era espectacular. La convivencia entre ellos parecía pacífica, que no podía pasar nada. Pero, la realidad era otra. Vimos animales cazados por sus depredadores, que se daban el gran festín.

Ngoro, Ngoro nos estaba indicando que estábamos llegando al final del viaje.

Desde allí, nos dirigimos al último pueblo marcado de nuestro itinerario, Longido.

El interés de esta zona era los poblados masais fronterizos con Kenia. Poblados que pudimos visitar y disfrutar sobretodo, de los niños.

Apercibimos con tristeza que el alcohol estaba dejando huella principalmente en los hombres, que ya daban muestra de su agresividad.

Por la noche, en el campamento, tuvimos la suerte de disfrutar de un cantautor que nos deleitó con sus melancólicas canciones de África, mientras las escuchamos alrededor de la fogata, contemplábamos el cielo estrellado, y en un ambiente cálido ya flotaba en el aire un sentimiento de “Adiós”. De adiós, a un maravilloso grupo de amigos que se había forjado de forma natural. De despedida del equipo de campamento que tan bien nos cuidó, y una terrible sensación de desarraigo a un Continente que seguro en el futuro volveremos. ÁFRICA.



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