En la meseta de Bié, en una zona de abundantes lluvias del centro de Angola y a más de dos mil metros de altura, nace el Río Okavango. Muy lentamente atraviesa el sur del país hasta seccionar una estrecha franja de Namibia, el Caprivi, y tras recorrer más de mil kilómetros, al no encontrar la salida al mar, desemboca en las áridas tierras del Desierto del Kalahari, en Botswana, anegando la planicie y formando el delta interior más grande del mundo, el Delta del Okavango.
Decidimos que nos casaríamos en Mayo, nos dejamos llevar por la idea romántica de una boda en primavera, sin pensar siquiera que por esas fechas, días después, durante nuestra luna de miel, estaríamos deslizándonos en mokoro, unas canoas talladas de una sola pieza en un tronco, entre nenúfares y papiros, en el silencio roto por el resoplido de los hipopótamos y el chapotear de los elefantes. Planificamos la ceremonia sin ser aun conscientes de que, unos días más tarde, estaríamos caminando entre islotes, donde veríamos descansar manadas de búfalos o percibiríamos, a lo lejos, a los únicos leones nadadores de la tierra.
Días intensos donde la luz, los olores, los sonidos, se irían grabando lentamente en nuestro corazón para no desaparecer nunca. Tantas sensaciones nos dejarían agotados de puro placer. No éramos conscientes, pocos días después del ”Sí, quiero”, de que al finalizar esos días entre las mansas aguas del Okavango, nos recibiría un deslumbrante baño, entre centenares de velas esparcidas, con dos copas y una botella de cristal tallado repleta de dulce oporto, en el bellísimo Sanctuary Baines’ Camp, nuestro alojamiento, enclavado en el interior de un bosque y rodeada de campos de papiro, en los fértiles canales del delta.
Cuando nos casamos, no sabíamos aún que el paraíso existe.
Nuestro viaje relacionado: http://www.viajesdelujotaranna.com/pdf/botswana_cataratas_victoria_viajes_lujo_taranna001.pdf
