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A Saroj. Viaje responsable a Nepal, por Elena Molina

29 Nov 13    Cuadernos de viajes, Viajes Temáticos    Tarannà    Sin comentarios

Fue en el verano del 2008 cuando te conocimos Saroj. En aquel momento no podíamos intuir la amistad que nos iba a unir ya para siempre. Se fue forjando día a día, cuando empezaste a hablarnos de amorismo, un ismo mucho más fuerte que cualquier otro.

Contigo participamos en los ritos religiosos en la gompa de Boudanath, escuchamos la recitación de los textos sagrados acompañados por el retumbar de tambores y platillos, trompetas y oboes. También contigo nos perdimos por montañas y valles, callejuelas enfangadas que, unas veces parecían ríos y otras daban paso a coloridos mercados. Fuimos testigos de sacrificios, ofrendas y cantos de un pueblo que tiene poco y agradece mucho, que acepta su karma y avanza, a veces tan lentamente, que parece ahogarse en el pasado, sin embargo, percibimos también la fuerza que emerje desde lo más profundo de sus corazones.

Con nuestras cámaras robamos sonrisas. De tu mano, exploramos un país tan dispar como nosotros mismos, un país formado por un sinfín de etnias: newaris, sherpas, thakalis, tamangs, magars, gurungs, tharus… que a la vez se entremezclan, enriquecen y confunden con las distintas castas: brahmanes, ksatriyas, vaisyas, sudras y harijans. De ti aprendimos a reconocer a Brahma, el dios creador y a su consorte Saraswati, la diosa de la sabiduría. También a Shiva, el más venerado en Nepal, conocido también como Nataraja, el danzarín cósmico cuyo baile sacudió el mundo, y a su consorte la diosa Parvati, y a su hijo Ganesh, con cabeza de elefante representando al dios de la prosperidad y la sabiduría, también nos contaste que su vehículo era el buey Nandi y su símbolo el tridente y, por supuesto, no te olvidaste de Vishnu, el dios protector con sus símbolos: la concha, el arma discoidal conocida como chakra, la flor de loto y el palo, y su vehículo el fiel hombre-pájaro llamado Garuda. Y ¡cuántas veces vimos a Hanuman!, el dios mono, cuidador de todos los templos.

Nos hablaste de las estupas que se erigieron originalmente para albergar reliquias religiosas. Juntos dimos vueltas y vueltas a esas construcciones hemisféricas; compactos montículos circulares rodeados de imágenes de Buda, en cuya base se presenta la forma de un mandala: representación geométrica, astrológica del mundo y aprendimos que la cúpula simboliza el agua; la aguja el fuego; la sombrilla el aire, y el pináculo el éter. Que la nariz con forma de interrogante representa el número uno de los nepalíes y es símbolo de unidad y, equidistante encima de los ojos, hay un tercer ojo: los poderes clarividentes del Buda.

Caminando alrededor  de la estupa hacíamos girar las ruedas de oraciones, cada una de ellas con el mantra sagrado “Om Mani Padme Hum”.

En Swoyambunath, desde lo alto de la colina, sentimos la penetrante mirada de esos ojos vigilantes de Buda “que todo lo ven”, temerosos se dirigen hacia los cuatro puntos cardinales, atrapando la atmósfera, dominando y protegiendo al valle y a sus moradores.

En Pahsupatinath presenciamos la cremación de los muertos, paseamos entre los saddhus, esos peregrinos errantes que deambulan inmersos en su proceso de búsqueda espiritual, algunos medio desnudos, cubiertos de polvo y con el cabello y la barba enmarañados ante la admiración y respeto de tantos hindúes. Muchos son seguidores de Shiva y acostumbran llevar su símbolo, el tridente.

También visitamos Patan, centro de la religión newari – budista. Esta ciudad, núcleo de las artes y arquitectura del valle cuenta con más de 130 monasterios y 55 templos.  Es conocida también como Lalitpur que significa ciudad de la belleza, su plaza Durbar está considerada como uno de los conjuntos históricos más bonitos del mundo y realmente lo es.

Y en Bandipur, donde multicolores mariposas nos dieron la bienvenida….

donde empezamos a oír los sonidos que la naturaleza nos brindaba y que nos acompañarían ya a lo largo de todo el viaje…

donde percibimos por primera vez el Nepal testigo de las mayores cumbres nevadas del Himalaya…..

donde la mirada expectante y curiosa de los niños ya no era posible obviar, donde…

Y después, subimos como si de un vuelo se tratase al santuario hinduista dedicado a la diosa Manakamana, encarnación de Parvati, a quien, como a tantos otros dioses y diosas, los hindúes le atribuyen el poder de otorgar deseos. El templo, construido en el siglo XVII, se eleva en lo alto de una montaña. Llegamos con el teleférico que asciende por la escarpada ladera y a la emoción por las impresionantes vistas del valle se une la magia del lugar, fervientes peregrinos que acuden esperanzados con su ofrenda y depositan sus sueños en manos de la diosa. Fue aquí, en este templo, donde con más fuerza sentimos esa fusión manifestada por todo Nepal, esa extraña mezcla de creencias hindúes con el budismo tántrico, coloristas banderas abrazando las pagodas de múltiples techumbres, danzando con el viento y proyectando sus sombras sobre los que por allí pasan. Esa fuerza del viento es la encargada de transportar sus plegarias y bendiciones entre todos los seres del planeta. De ti aprendimos que estas banderas llamadas lundres representan los 5 elementos, que a su vez están simbolizados en cada estupa :

blanco – el aire – la sombrilla

rojo – el agua – la cúpula

verde – la tierra – la base

amarillo – el fuego – el capitel

azul – las capas celestiales – el pináculo

Y fue en la región de Tanahun, en Gandaki, donde visitamos comunidades, habitadas por brahmanes procedentes originalmente del oeste del Tíbet, así como por magars y gurungs, pueblos tibetano-birmanos, hombres cuyo valor les permitió alistarse como mercenarios, soldados gurkas, participando en diversas guerras.

Irrumpimos en sus cotidianas vidas, ¿qué somos para ellos? ¿qué esperan ver en nosotros? y a nosotros, ¿qué nos lleva hasta esas aldeas? …. al principio intercambiamos miradas, tímidas sonrisas, poco a poco se entrelazan nuestras vidas y finalmente se confirman esperanzas….. Participamos en los juegos de los niños, en los cantos y bailes de los más mayores, juntos cocinamos alojados en sus humildes casas donde compartimos su espacio. Allí, sentimos de cerca, la presencia de las montañas más altas del planeta “La morada de las nieves” y con emoción aceptamos el tika, ese lunar rojo elaborado con pasta de madera de sándalo que pintan en el lugar donde se encuentra el tercer ojo.

También visitamos Chitwan “El corazón de la Selva” en las llanuras tropicales del Terai. Esta zona estuvo prácticamente deshabitada hasta los años 50 debido a la malaria, enfermedad endémica de la zona. Originalmente estaba habitada por los tharu que llegaron del Rajastán huyendo de los invasores mongoles en el siglo XVI, esta etnia que adoraba a los espíritus del bosque y a deidades ancestrales desarrolló inmunidad contra la malaria y vivían como nómadas en las llanuras tropicales.

Entre los años 50 y 60, el gobierno estableció un programa para erradicar la malaria creando, a su vez, el parque nacional Chitwan. Fue entonces cuando diversas etnias procedentes de las montañas se establecieron allí desarrollando la agricultura, sin embargo, los tharu, quienes en un principio poblaron la zona, al crearse el parque, fueron obligados a abandonar sus tierras, permitiéndoles únicamente cosechar caña para construir sus casas.

Actualmente viven en los límites del parque, en el umbral de la pobreza, practican la agricultura de subsistencia : arroz, colza y maíz, y comparten con los animales, sus lúgubres casas construidas de cañas, barro y excrementos, bajo la mirada entre curiosa y átonita de los turistas.

Llegamos a Bhaktapur, ciudad de arroz y ciudad de fieles, callejuelas medievales salpicadas de pagodas, templos y santuarios venerados por los newari desde el amanecer hasta la noche cerrada. Caminamos envueltos por el sonido de sus campanas y arropados por las sonrisas de sus moradores, que emergen desde sus diminutas tienducas y puestos de comidas, cuando las primeras luces del alba se adivinan.

Es entonces cuando el pueblo resplandece repleto de fieles con sus ofrendas. Frutas y verduras se desparraman a lo largo de calles y plazas y … hombres, muchos hombres, orgullosos con su topi (gorra tradicional nepalí), permanecen sentados bajo los porches, algunos cantando y haciendo sonar sus tambores, otros simplemente sorbiendo te, contemplando, como tantos otros, en tan diversos lugares del planeta, el transcurrir del tiempo….

Las horas avanzan lentamente, el sonido de las campanas no cesa y, poco a poco, imperceptiblemente, las notas del “Om Mani Padme Hum” impregnan cada rincón de la ciudad… Se suceden los sacrificios para culminar en un estruendo musical cuando las únicas luces que permanecen, proceden de la velas y el resplandor del pueblo newari.

Algunas cifras cobre Nepal: 30 millones de habitantes; 147.000 km2; densidad de población : 184 hab/km2; esperanza de vida : 60 años;  los servicios sanitarios son mínimos : un médico por cada 20.000 habitantes, la mortalidad infantil es de 129 niños por cada 1000 nacimientos; índice de alfabetización : 45 %; el 90 % son campesinos que practican una agricultura de subsistencia, en las zonas montañosas los cultivos se complementan con la ganadería. En la actualidad el nivel de explotación de las tierras y los bosques es insostenible, prácticamente no queda tierra cultivable sin explotar. El hambre no es habitual pero la desnutrición es un mal común. El 80 % de nepaleses viven con menos de 2 $ al día.

El turismo representa el 17 % de las divisas que ingresa Nepal y la ayuda extranjera el 35 %.

En el 2008, Nepal pone fin a 240 años de monarquía, Gyanendra -el rey destronado- abandona su palacio dejando atrás la única dinastía hindú del planeta, sobre la que gobernaba de forma absolutista, es el comienzo de la República Federal Democrática de Nepal.

Namasté Saroj, nuestro guía, amigo.

Gracias por mostrarnos y compartir con nosotros tu pueblo, tu familia, Nepal, tierra de yaks y yetis, estupas y sherpas, palacios, pagodas, mercados, …

Que la paz y el amor te arropen allá donde estés.



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